Las acusaciones de acoso sexual contra el productor de Hollywood Harry Weinstein han generado una onda expansiva que ha alcanzado ahora a la máxima representación de la democracia británica: el Parlamento de Westminster. El escándalo se ha cobrado hasta el momento una carrera política -la del que era ministro de Defensa, Michael Fallon, obligado a dimitir tras reconocer su «comportamiento inapropiado»- y una vida, la de un miembro del Gobierno galés que se suicidó tras ser suspendido de trabajo y de militancia política por unas acusaciones que todavía no han sido dadas a conocer. Hay además una docena de diputados -algunos en el Gobierno- que están siendo investigados por acoso. En el vetusto edificio junto al Támesis ha reinado y sigue reinando la cultura cerrada y exclusiva de un club solo para hombres en el que, desde la superioridad machista, consideran que todo les está permitido sin tener que rendir cuentas a nadie. Pero ha llegado el momento de rendirlas y de acabar con este abuso indigno. Tratándose de parlamentarios, este caso es una demostración de gran cinismo e hipocresía, dado que los protagonistas son los representantes en los que los ciudadanos, con su voto, han depositado su confianza. Y políticamente, para la primera ministra, Theresa May, que dispone de una mayoría muy ajustada, este nuevo escándalo es una pésima noticia, aunque haya investigados de todos los partidos.