Es la de San Matías, la última de nuestras ermitas que está por restaurar. Se ha quedado sola, en su ensimismamiento de siglos. Estas noches de vientos y lluvias tan sin nadie, yo pensaba que se iba a desmoronar como una casa de arena en el anochecer de una playa perdida. Pero ahí sigue, soportando el dolor de su abandono. Arbustos y abrojos no consiguen ahogarla; espinos, zarzas, hinojos, acebuches. Se le fue de la espadaña su humilde campana. Solo el viento pasa a su través. El frío y el agua han cubierto de verde el espinazo de lo que sobrevive del tejado. Nadie la cobija. Nadie se puede acercar a ella ni menos aún entrar. Pero guarda el pálpito de tiempos donde fue feliz dándole amor a un ermitaño. ¡Cuántas noches le sirvió de cobijo entre nieblas y zozobras! Esas noches a las que tanto les cuesta amanecer. ¡Cuántos rezos en las resquebrajadas paredes de sus dos humildes habitaciones, desnudas, destrozadas! Ella ya no puede sostener tanto olvido. Sabe que va a morir, pero sigue erguida en la esperanza. Es la prueba de la fe de aquellas almas que la habitaron. Sentimos su voz cuando nos asomamos a la eternidad. Sonríe como un alma que ha aceptado la muerte y ya navega al infinito. Yo, ahora que es Cuaresma, la escucho musitar una oración que extiende por los campos al atardecer: «Oh Dios mío, líbranos del desasosiego. Estamos cansados de la noche. Límpianos estas lágrimas que brotan quemándonos los ojos. Sácanos de la angustia que lleva a la apatía. Libéranos del miedo que nos hace tristes y nos encarcela en el miedo a sentir miedo. No queremos más el tormento de la rabia. Llévanos al valle de la compasión. Sin ti se nos apaga la fuerza de la vida y crece la tiniebla, porque la batalla no termina nunca. Ven a nuestro lado. ¡Es tan largo el camino y tan desconocido siempre! ¡Tanta incertidumbre! ¡Tan oscura! ¡Nos vemos tan solos! No nos dejes traicionar nuestra inocencia. Nos tienta el abismo de la nada. Vuelve a explicarnos el misterio del amor y el sufrimiento. Que ningún temor nos mate la alegría y nos hunda en la humillación de la mentira. Quítanos de la melancolía de no vivir libres. Devuélvenos cada instante a la verdad de cuando somos nobles. Danos un nuevo corazón en paz y un alma limpia que sea para otros».

* Escritor