En la actualidad, nos encontramos frente a un sector de la población con una esperanza de vida superior a la de generaciones precedentes y con una enorme vitalidad, cuya actividad en el mercado laboral ha finalizado al cumplir la edad establecida para el retiro formal pero sus condiciones personales los motivan a seguir activos y productivos. Ha prevalecido una visión que tiende a identificar a las personas mayores como un grupo poblacional supuestamente homogéneo caracterizado por la inactividad, improductividad y dependencia, condicionando de este modo su rol social. Pero si miramos adelante haciendo una proyección hacia el futuro se perfilan nuevos modelos de personas mayores, con más recursos sociales, culturales, educacionales y financieros que las generaciones precedentes, que protagonizaran una vejez diferente.

En la actualidad, la mayoría de las personas mayores se encuentran en una situación de autonomía personal y participan activamente de su entorno, contribuyendo al sostenimiento del Estado de Bienestar desde su apoyo a la familia, con el cuidado de nietos, personas dependientes y ayudas informales a otros hogares, formas de voluntariado y su aportación económica a través del consumo. La falta de reconocimiento de dichas actividades productivas se debe en parte a la creencia socialmente compartida que considera que el trabajo y la vejez son realidades opuestas o difícilmente conciliables; entre otros cuestionan la equivocada asociación entre productividad y empleo remunerado. Cuando miramos al mercado del trabajo, la discriminación por edad constituye una importante barrera para la participación en el mismo de las personas mayores. Es una forma de exclusión social hasta el punto de que algunos autores han llegado a proponer un cambio en la definición de «trabajador mayor» que rompa con la noción de la edad de jubilación, y se base en una concepción de «capacidad de desarrollar un empleo».

El problema social y político que puede significar para una sociedad envejecida el no considerar a este sector como un importante recurso humano para el desarrollo del país, puede ocasionar problemas al sistema de seguridad social, al sistema de salud y en general consecuencias sociales y económicas desfavorables. Muchas personas mayores sienten que sus habilidades y conocimientos están siendo despilfarrados, traicionando sus propias capacidades. En España, la participación de los mayores en actividades laborales formales y remuneradas es muy reducida. El porcentaje de personas mayores que sigue trabajando una vez pasado el umbral de jubilación es escaso. Según la Encuesta de Población Activa, que elabora trimestralmente el Instituto Nacional de Estadística, hay un 1,9% de personas mayores de 65 años ocupadas, siendo en el tramo de 65 a 69 años donde se concentra la mayor proporción de ellas. Son empresarios, trabajadores por cuenta ajena, directivos, técnicos y profesionales científicos e intelectuales, y dedicados a la agricultura.

En este contexto se impone la necesidad de indagar cómo contribuir a situar a la persona mayor frente a los desafíos que implica hoy el crecimiento, la globalización, la apropiación de nuevas tecnologías, los roles a desempeñarse en una sociedad del conocimiento. El concepto de pleno empleo se va desdibujando y prolifera el empleo a tiempo parcial, siendo la flexibilidad la principal característica del nuevo escenario laboral. La persona mayor debe mantenerse en actividad incluso remunerada, para conservar su salud, su equilibrio psicológico, su bienestar y felicidad. Este nuevo concepto apuesta a la voluntad creadora de la persona, a su desarrollo como protagonista, pero no se puede imponer a todas las personas. La eliminación de la obligación de retirarse a una determinada edad legal y la mejora de los niveles educativos y sanitarios al paso de los años han creado las condiciones para alargar la permanencia en el mercado laboral de las personas mayores.

* Doctor en Ciencias de la Educación