Estoy leyendo el interesante librito Un largo sábado, todo de entrevistas con George Steiner, de Laure Adler. La calidad del libro reivindica la que puede tener el género, la entrevista, y me hace reflexionar sobre el género mismo y el escritor o periodista entrevistador, de los que he conocido a lo largo de los años muchos muy buenos en lecturas de entrevistas ajenas e incluso en entrevistas propias, hechas a mí.

Antonio Gil, seguramente apartado del género por estar sentado a la siniestra del obispo Demetrio en su condición de canónigo, tiene en su haber una formidable colección de entrevistas; largas, profundas, originales.

Tuve el honor de ser entrevistado por él a doble página en más de una ocasión. Por cierto, que una de las veces que estuvimos hablando en mi despacho largo tiempo, con la grabadora como testigo y memoria, resultó al final que no había quedado grabado nada, y hubo que repetir. En la repetición las preguntas siguieron siendo buenas pero mis respuestas decayeron, porque soy muy malo para ser eco de mí mismo; me siento papagayo cuando he de repetirme.

En este diario ha habido proverbialmente y hay muchos buenos entrevistadores, pero citado ya uno, voy a referirme ahora a una, la gran Rosa Luque.

Rosa, con su suavidad de modales y de voz, va haciendo, pregunta a pregunta y respuesta a respuesta, un retrato muy fiel y profundo del entrevistado. Sencillamente: es magistral. No rehúye la gran superficie—entrevistas a dos y a más páginas— ni la gran profundidad, sin hacer sangre ni hurgar innecesariamente en heridas. Si están cicatrizadas, se puede tratar sosegadamente acerca de la cicatriz. Ahora mismo no recuerdo si sus entrevistas están recogidas total o parcialmente en libro. Si no lo están, debieran estarlo.

Parece fácil la posición de entrevistador, pero no lo es. El periodista inquisidor debe prepararse antes de la toma de contacto repasando cuidadosamente el currículo de la persona o del personaje, para ir recolectando los puntos de mayor interés y las brechas por las que entrar. Y digo entrar porque todo entrevistado, por sencillo y veraz que sea, blinda sus debilidades y peores recuerdos. Todo el mundo quiere quedar bien en todo sitio y en toda ocasión, y se defiende con el escudo.

Y en segundo lugar, segunda cualidad o dificultad, el periodista sin morderse la lengua, habrá de aparentar estar en un escalón más abajo, para que la entrevista no se convierta en debate. No se trata de hacer dialéctica, sino de obtener y dar buena información acerca de la persona, de su vida y de sus ideas. No se puede caer en el pecado de discutirlas.

Tico Medina ha sido durante muchos años y en muy diversos medios un entrevistador notabilísimo; en sus entrevistas está lo mejor de su obra. Dice que ha hecho más de cincuenta mil, lo que parece más que mucho, demasiado.

Subió a palacios, entró en estudios, bajó a trincheras. Ha sido capaz de entrevistar a personajes de la talla de Fidel Castro, de Salvador Dalí, del Ché Guevara.

No hace mucho, al tratar de lecturas veraniegas aludí, con algo más que alusiones, al libro de Tico El día que mataron a Manolete, por cierto que sin acuse de recibo. Pues bien, en ese libro está la más peregrina de las entrevistas de Tico, la hecha a Manolete, el día que cumplía noventa y un años, y a falta de la pierna amputada en Linares para salvarle la vida, utilizaba una prótesis para montar a caballo.

La respuesta de Manolete a la pregunta «¿qué pasó aquella noche?» la transcribo de libro de Tico:

--Se lo diré de una sola vez, por no hacer largo el cuento. Mire usted, en un momento que en la enfermería de la plaza nos quedamos solos, una brizna de segundo, él se volvió a otro médico que había con él. Los dos llevaban sangre mía en las batas blancas, sangre reluciente, sangre reciente, y Fernando Garrido recuerdo que le dijo a su compañero, mientras entraban y salían con el material de urgencia que hacía mucho ruido y tintineaba en los baches del pasillo:

--Cortarle la pierna será la mejor solución.

--Pues hazlo, que no te tiemble el pulso, está perdiendo mucha sangre, Fernando.

--Sí, pero cortársela a Manolete es otra cosa, sería como ver a Dios con una pierna cortada (…).

--Y me la cortaron, como usted ve.. H

* Periodista