Quizá fuera más fácil antes, cuando no sabíamos exactamente qué pensaba en todo momento y sobre cada asunto ese compañero de universidad, de trabajo o de copas. Quizá fuera más fácil deslizarse por las ideas comunes y frenar a tiempo cuando se detectaban los primeros escollos. Detenerse y abandonar ese tema o ir abordándolo en pequeñas dosis. Pero ahora, demasiadas veces, todo queda expuesto en las redes. Y nos sorprende sentirnos tan lejos de gente que creíamos próxima. Y no sabemos muy bien qué hacer con esa distancia que nos separa. Si buscar un tablón para salvarla, si ignorarla y dejar que el abismo se pueble de silencios o si exhibir nuestras diferencias con megáfono. Hay días que las redes convierten a los conocidos en extraños y nos hacen sentir forasteros de nuestras vidas, afectos y recuerdos. Y la tentación de cerrar los ojos es fuerte. De ensimismarnos. Eligiendo solo a los compañeros de viaje que marchan al mismo paso, que comparten destino, que superan los cruces de camino sin titubear. Quizá sea más cómodo, pero también más triste. Y un enorme fracaso. Un mundo más justo necesita ver y enfrentarse a sus miserias desde todos los ángulos. También desde los que no comprendemos ni compartimos.

* Periodista