Como en otros años, unos días antes de su celebración y cuando las estrellas pueden aún vislumbrarse al mediodía, la capital del Reino de España me recibe para vivir allí en compañía de mis seres más queridos la Epifanía del Señor. Por los Reyes, los días crecen y el frío ya invita a refugiarse; por eso, cuando escribo estas apretadas líneas la luna de enero vigila ya su sueño. No siempre fue el primero de los meses del año. Con él se abre un tiempo seco y con fuertes heladas, típico de invierno, con un recuerdo en su nombre al dios Jano, instituyéndose en el calendario, al igual que ocurrió con el de febrero, para completar los 365 días del año lunar.

El conjunto de las fiestas de un año no es la suma de ellas. Todas a su vez forman un sistema de ordenación del tiempo, siendo el anuario la expresión de dicho sistema. Sabemos que las fiestas se suceden temporalmente: una cierra el período y, al mismo tiempo, abre el siguiente. Como se ha señalado en no pocas ocasiones el almanaque reproduce un ciclo solar, aunque las unidades mensuales bien pudieran constituir el residuo de un calendario basado en períodos lunares. Comenzando por enero, Santa María virgen y Madre de Dios, en la octava de la Navidad, abre el mes para cerrarlo con san Juan Bosco y santa Marcela. El mes de enero está lleno de conmemoraciones dentro del calendario cristiano, como la de san Basilio, santa Estefanía, san Eulogio y Lucrecia de Córdoba, festividad en la que las castañas iban al fuego, la leña al hogar y las ovejas a encerrar; entre las festividades de san Eulogio y la de san Martino, también se le coge la piña al pino, san Antonio Abad, con sus hogueras ancestrales, san Sebastián, muy celebrado en toda la provincia, san Francisco de Sales, santo Tomás de Aquino, etc..., si bien el final del llamado ciclo invernal fue cerrado previamente ya a comienzos de mes por la celebración de la Epifanía, en la que la Iglesia conmemora la tradición de la Adoración del Niño Dios llevada a cabo por los Reyes Magos, personajes benéficos y dadivosos que hacen las delicias de nuestros niños. En dicha festividad, en numerosos lugares del país es costumbre también, por ejemplo, consumir el llamado roscón de Reyes, que contiene en su interior una sorpresa, que sirvió en otro tiempo a los comensales para la designación del llamado «Rey de la faba», que ya prefigura alguno de los rituales carnavalescos más estudiados por Caro Baroja. Así, el año se inicia con los roscones, para seguir con los panecillos de san Antón, hasta no hace mucho corrientes en las pastelerías regionales, manjar hecho a base de pasta de almendras, y que los frailes de Madrid regalaban hasta comienzos de la pasada centuria a los asistentes a la bendición de los animales. En otros lugares de España, como en Galicia, también era frecuente el consumo del «bandullo» de cerdo, cuando llegaba el Año Nuevo, o bien los chorizos por san Antonio Abad.

En esta época del año, en algunas poblaciones solían realizarse las fiestas de quintos, que en nuestra geografía provincial se extienden hasta la primavera. Son celebraciones de carácter generacional. En su mayoría pretenden dejar huella en el tiempo, con la realización de determinados rituales, que marcan el tránsito a la edad adulta, como expusimos en algunos trabajos anteriores en colaboración con Francisco Luque-Romero. Durante los festejos se refuerza la solidaridad de grupo y se prepara al joven mediante el ritual iniciático para que abandone la juventud. Una vez cumplidas las diferentes fases de separación de la comunidad, donde se bebe y canta en demasía, los mismos retornan de nuevo a ella, en un período llamado de agregación. Unos rituales, pues, que se conservan igualmente en no pocas provincias españolas y que ya existían incluso antes de que el servicio militar fuera obligatorio.

Hasta san Antón, se dice que Pascuas son y en Añora, por ejemplo, se celebra dicho día la fiesta de las Vacas, en Belalcázar hay romería, siendo tradicional que los vecinos acudan hasta la cercana ermita a la que daban tres vueltas con sus animales para que así el santo los protegiera del dolor de barriga. En Obejo aún se le saca en procesión y en la prieguense Castil de Campos se hace una rifa a la que suelen contribuir las familias del lugar. El día 20, por San Sebastián, protector de pestes y epidemias, continúa celebrándose la festividad con rituales y candelas purificadoras en poblaciones, como Adamuz, Alcaracejos, Añora, Belmez, donde se hace la «fiesta de los tomillos”, al igual que en Doña Rama y en El Hoyo, quemándose allí el «pelele», Espiel, Fuente Obejuna, Hinojosa del Duque, Montemayor, Montilla, Montoro, Palma del Río, Pedroche, Pozoblanco, San Sebastián de los Ballesteros, Torrecampo,Villanueva de Córdoba y Villaviciosa. En todas ellas se come y se bebe en demasía durante la festividad. Así, entre tanta fiesta, un enero frío y sereno, inaugura un año nuevo en el que deseo lo mejor para todos.

* Catedrático