La amplitud de la victoria del PP y la inexistencia del sorpasso han sido las principales novedades del 26-J. Y ninguna de las dos fue prevista por las decenas de sondeos publicados en los últimos meses, que, además, ofrecían conclusiones muy coincidentes entre las distintas empresas. La diferencia entre las previsiones y la realidad ha sido notable incluso en los muestreos de los últimos días, cuando el porcentaje de indecisos se había reducido. Algunos especialistas explican el fiasco de las prospecciones en que no supieron detectar el millón de votantes de Podemos o IU el 20-D que esta vez no optarían por la candidatura conjunta. Pero esa tesis no sirve en el caso de las encuestas a pie de urna el mismo 26-J, que también fallaron clamorosamente y dieron pie, en las tertulias televisivas que siguieron al cierre de los colegios, a contundentes análisis que quedaron desacreditados a medida que avanzaba el escrutinio de votos. Lo más preocupante es que estos errores no son nuevos, sino que se han producido en varias consultas de los últimos años. Es posible que una parte de los ciudadanos no digan la verdad cuando son encuestados sobre su intención de voto, y es cierto que la fragmentación del arco político español dificulta el afinado de las encuestas, pero las empresas de demoscopia no pueden permitirse nuevos errores de este calibre, porque está en juego la base de su negocio, que es la credibilidad. H