Las relaciones entre EEUU y Corea del Norte en la era Trump habían estado regidas por un abuso por ambas partes de la testosterona tanto verbal como en el terreno militar, y en el comercial, mediante sanciones desde Washington. El anuncio de un encuentro entre el propio Trump y Kim Jong-un abre una nueva etapa y también muchos interrogantes sobre el resultado. Ambos líderes pueden adjudicarse el éxito de su línea dura que les habría llevado a la mesa de negociación. Muchos en Washington se preguntan si tras el despido del secretario de Estado están en las mejores condiciones de ofrecer su conocimiento y aptitudes para negociar con quien ha demostrado ser el adversario más correoso e imprevisible de EEUU. Pero la imprevisibilidad habita en ambos campos. El mero hecho de que Trump se preste al encuentro es ya una muestra. En este insólito giro, dos países concernidos por cuanto ocurre dentro de las fronteras del país estalinista han jugado un papel determinante. Corea del Sur se ha prestado a la diplomacia olímpica, y China, el país valedor de Pionyang, no ha dudado en presionarle económicamente. Que dos adversarios quieran sentarse a una mesa es siempre una buena noticia y así ha sido recibida en la UE y en la ONU. Sin embargo, tras tanta gesticulación cargada de amenazas, incluidas las nucleares, el interrogante que el encuentro plantea es si la diplomacia al más alto nivel fracasa, ¿entonces qué?