El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se reunió ayer con el recién elegido secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Se trataba como es obvio de un primer contacto tras el cambio de liderazgo socialista, pero que adquiere una connotación menos protocolaria ante la cita que Rajoy tiene mañana en la Moncloa con el presidente de la Generalitat, Artur Mas. Las posiciones de partida de los dos grandes partidos antes de recibir al líder de CiU son coincidentes en un solo punto: la oposición a la consulta del 9 de noviembre por considerarla inconstitucional. Más allá, ayer se evidenciaron discrepancias notorias, en palabras del propio Sánchez. El Gobierno se limitó en una nota posterior a la reunión a reiterar que "no es momento de abordar un proceso de reforma constitucional", mientras que para Pedro Sánchez, no ofrecer una alternativa a Cataluña, enmarcada en una reforma federal de la Constitución, es una actitud suicida. El PSOE ha hecho en estos últimos tiempos dos cosas: consensuar internamente la Declaración de Granada (2013), que dibuja un modelo federal de Estado, y admitir que esa propuesta no puede ser un brindis al sol para tiempos futuros, sin fecha.

Pero al margen de la cuestión catalana, la reunión de ayer entre el presidente del Gobierno y el nuevo líder socialista ha de interpretarse como el comienzo de la normalización de relaciones entre el Ejecutivo y el principal partido de la oposición, que, una vez elegido a su nuevo secretario general, ha recuperado el diálogo perdido hace ya mucho tiempo.