El infierno que Bretón construyó para la venganza, sólo ha servido para sepultarlo a él, definitivamente, para destruirlo en la hoguera que no durará tres horas como la que decidió construir, paso a paso, para quemar a sus hijos, sino 40 años, con sus noches y sus días, sus madrugadas y sus insomnios, bajo el peso de una sentencia demoledora que le ha declarado culpable. Pensó Bretón que la ruptura matrimonial propuesta por su mujer merecía un "infierno" y lo preparó demoníacamente, como venganza inhumana y espantosamente cruel. El psiquiatra forense José Cabrera, refiriéndose a Bretón, nos hablaba de un sentimiento de rabia hacia sí mismo y hacia el mundo, ante el fracaso de su matrimonio. Y el jurado consideró probado que el acusado acabó con la vida de sus hijos Ruth y José, por venganza contra su mujer. Entonces, Bretón se creyó fuerte, poderoso --"para hacer el mal, cualquiera es poderoso", escribió Fray Luis de León--, y urdió, inmisericorde, todo un proceso mental, cegado por la más suprema de las iras: la destrucción y la muerte. ¿Pensó en algún momento que se estaba construyendo su propio "infierno"? La mirada fija, sin pestañear apenas --solo la dirigió medio minuto hacia el lado derecho, acaso buscando algunas letras de su abogado defensor--, el rostro ausente, indefinido, estático, con la espantosa soledad de su propia derrota, nos mostraba a un Bretón, que comenzaba a arder en su propio "infierno", el que él mismo había construido como instrumento de venganza. "La crueldad es la fuerza de los cobardes", dice un proverbio árabe, y por eso, la imagen del acusado era ayer la de un ser que se siente acorralado, no sólo por las pruebas periciales y policiales contundentes, por los argumentos de la fiscal, sino condenado por su propia "cobardía" y su torpeza sin limites: el haber construido un "infierno" para sí mismo.

* Sacerdote y periodista