Hace unos días nos dejó un empresario ejemplar. Tenía sólo 56 años y reunía todas las cualidades que deben adornar la figura que hoy denominamos emprendedor. Y las reunía en abundancia. A su excepcional dominio técnico de la madera y al total conocimiento de su negocio, anudaba el interés por formarse en casi todas las disciplinas que inciden en la empresa. Su incondicional apuesta por la calidad, el I + D y la internacionalización permitieron a Torrero-Torinco superar la crisis que asoló su sector. No en vano, esta industria familiar fue distinguida como Cordobés del Año en 2011 y ha ejecutado obras tan complejas y emblemáticas como el Museo Thyssen de Málaga o el Palacio Nacional de México. Pero Javier Torrero también prestó atención a la formación y defensa de empresarios y trabajadores en múltiples ámbitos: desde la Cátedra de Empresa Familiar; sus cargos en Unemac y Rimacor; en Ceco y la Cámara de Comercio; o en el Cemer y el Centro Tecnológico de la Madera. También era, fundamentalmente, una buena y generosa persona, que, por encima de todo, adoraba a su familia. Sólo ellos saben del tiempo que no pudo dedicarles para afanarse, con sus hermanos, en salvar su empresa. Ahora, superado este colosal reto, ahora que con tanta satisfacción había casado a Ana, la vida nos inflige esta pérdida irremplazable, ahora que Córdoba necesita tantos industriales como él. Pero, soslayando el ineluctable dolor asociado a su recuerdo, hemos de perseverar en su legado y seguir su ejemplo, porque «se quedarán los pájaros cantando» y Javier estará feliz de que así sea.

Francisco Javier Rey Muñoz

Córdoba