¿A los urbanistas y los arquitectos no les dolerá la espalda como al resto de los mortales? Tal parece, si hemos de juzgar por su afición a colocar en las zonas urbanas de más tráfago ciudadano bancos tipo mesa de autopsia, limitados a una plancha de mármol o granito sin ningún tipo de respaldo; bancos que, con permiso de turistas y paseantes ocasionales o de su estética, están, se supone, destinados principalmente a los vecinos de la zona, para descansar, ver transcurrir la vida, leer el periódico, charlar con los amigos, tomar el solecito…, algo que resulta complicado cuando no es posible apoyar la espalda en ellos. Pasados unos minutos el peso del esqueleto se impone, los omóplatos se vuelven de plomo, las lumbares se resienten y uno tiene que volver a la posición estante ante el riesgo de terminar hecho un gurruño y volver a casa para meterse en la cama. De esta manera, un mobiliario urbano que supuestamente debería ser diseñado para uso y disfrute de quienes lo pagan, acaba convertido en disuasorio potro de tortura, en nombre de una modernidad y de un diseño escenográfico que llenan los bolsillos a algunos mientras hacen la ciudad un poco más hostil e inhabitable. Por desgracia, Córdoba está repleta de ejemplos. El último, Capitulares, cuya más que discutible remodelación incorpora unos bancos tipo tumba con lucecitas que bien podrían haber sido encargados por un forense. ¿Tan complicado sería ponerse en el lugar de los demás, pararse a pensar por un minuto en el perfil medio de sus usuarios habituales? Estarán conmigo en que cuando menos resulta un poco chocante. En cambio, a los responsables de tan singular proyecto no se les ha olvidado reservar una parte significativa del nuevo espacio urbano para disponer los consabidos veladores, que siguen invadiendo Córdoba cual metástasis, agresiva y letal. Eso, por no hablar del problema del tráfico. Es bien sabido que el casco histórico de Córdoba ofrece todo tipo de dificultades (estructurales y físicas) para el trasiego de vehículos, pero, guste más o menos, Capitulares constituye un eje neurálgico de entrada y salida para quienes lo habitan, obligados a dar mil y una vueltas para acceder a sus casas y cocheras; aterrorizados siempre ante las multas o la posibilidad de que ocurra una desgracia y bomberos o ambulancias se vean bloqueados o interceptados en calles y plazas ya de por sí de difícil circulación y acceso. ¿No habría sido más lógico adaptar con carácter previo la citada remodelación a los usos programados, y no al revés…?

Entenderé que no se comparta la opinión, pero a mi juicio el deterioro de Córdoba como ciudad emblemática a la medida del hombre está siendo tan rápido, evidente y descorazonador, que casi huelga todo comentario. Imagen urbana desvirtuada por un folklorismo anacrónico y ajeno a la esencia cordobesa; invasión sin precedentes de bares, terrazas y veladores en sustitución del comercio tradicional que terminarán por convertir la ciudad en una pura cantina; caos circulatorio; ruido generalizado; cacas de perro por doquier; crecimiento desproporcionado del turismo, que roza el puro colapso; actitudes incívicas; aparente falta de rumbo…, son sólo algunos aspectos de un problema de enorme alcance que afecta también a otras urbes (es el caso de Barcelona o Málaga, que ya han reaccionado), y está degradando a marchas forzadas la calidad de vida de quienes habitan el centro histórico, extraños a su discurrir errático, limitados por todo tipo de cortapisas que convierten el bregar cotidiano en una carrera de obstáculos. Ya lo señalaban con extraordinaria agudeza (y conocimiento de causa) hace unos días J. Pérez y F. Paños, de la Asociación Vecinal La Axerquía, en este mismo periódico: si se expulsa a los vecinos en beneficio de la industria hotelera y restauradora, se acabará convirtiendo el corazón histórico de la ciudad en un parque temático con el negocio como único hilo conductor, provocando un desastre de extraordinarias e irreversibles consecuencias en nuestro maltrecho patrimonio, nuestra controvertida cultura y nuestras admiradas formas de ser y de vida, que son los que atraen cada año a miles de turistas. Hacen falta, pues, reflexión urgente, medidas de verdad correctoras, empatía para entender que una ciudad la hacen quienes la habitan, quienes la dotan de contenido y de alma. Si seguimos primando criterios crematísticos (por más que cueste percibir en qué beneficia a la ciudad como tal la invasión turística), Córdoba acabará traicionándose a sí misma y pasará a ser otra cosa, tal vez del gusto de muchos, pero completamente ajena a la que se ha convertido en referente mundial tras cinco mil años de historia.

* Catedrático de Arqueología UCO