Hay muchas personas que un día se plantearon el reto de vivir una situación mejor. Esos jóvenes soñadores comparten con nosotros la ciudad, el autobús, las plazas... pero a veces de forma invisible. Para verlos hay que recorrer la distancia entre sueño y realidad que a veces tiene un alto precio. Soñar no cuesta nada, pero ¿hacerlo realidad en Córdoba? Salir de tu tierra es difícil, pero si eres joven tiene sus particularidades. De nuestra juventud o infancia siempre recordamos espacios, olores, compañías, las calles que nos vieron crecer.

Hay jóvenes que deciden un día cambiar las expectativas que les rodean y empezar de nuevo. En ese momento, el reloj de arena que rige sus días parece que gira y empieza a contar otro tiempo. Ese cambio marcará para siempre su futuro.

Cada uno de ellos es un universo distinto que, por el hecho de emigrar, no deja de tener la fragilidad que corresponde a su edad, al barro sin cocer. Hay tantas situaciones como jóvenes que vuelven a empezar.

Algunos irán con familia, otros a buscar conocidos, pero hay otros que empiezan solos, sin familia, sin amigos, sin dinero... sin papeles. Con frecuencia son el sueño de toda su gente, se convierten en el seguro de vida de toda su familia. Tienen, a su edad, responsabilidades que muchos de los adultos no llegaremos a contraer jamás.

Pero los hay cuyo reloj de arena ya se rompió, pagaron el precio más alto; su universo acabó en el mar, en las ruedas del camión... en el camino, porque otros pusieron fronteras donde no las hay, leyes que no entienden de jóvenes, de retos, de sueños. La falta de un papel no te deja entrar, hay que arriesgarse a cualquier precio.

Y mientras, nosotros, los de aquí, como siempre, mirando, observando, contemplando la escena. Siempre como algo ajeno, sin nombre. Y son muchos los jóvenes que vuelven a empezar en Córdoba: instituto, amigos, salidas... ya son nuevos vecinos. Otros relojes de arena sin embargo se van consumiendo en algunas plazas o en clubes, entre nuestro olvido y el pegamento.

Su realidad vale para artículos, para fotos del periódico que con frecuencia hacen de la excepción la norma, olvidando mostrar también en sus titulares que son muchos los que día a día ya aportan su esfuerzo para formar una nueva sociedad.

También está quien entiende que para que el sueño de unos no moleste a otros, les hace falta más policía. Tenemos que conocer su historia para ocuparnos en vez de preocuparnos; entender quién está en peligro y quién es el peligroso.

El trato dado a los jóvenes y, en concreto, a los inmigrantes, por su vulnerabilidad, es el mejor indicador de calidad democrática, el verdadero test de la política social.

No cabría mayor traición a su sueño que convertirlo en negocio, en presupuestos, justificante de algunas nóminas por chaval. Tenemos la obligación, vengan de donde vengan, de no privarle de ninguno de los besos que daríamos a nuestros hijos. Es su derecho.

Es necesario dejar de ser espectadores de su sueño, su reto debe ser el nuestro. Y eso supone conocer sus inquietudes, sus motivaciones. Todo lo positivo que nos aportan y también sus propuestas.

Ese reto requiere un punto de partida: dejar el anonimato para conocer rostros, historias, sueños que desconocemos cuando opinamos sobre ellos y ellas. Sólo nos implicaremos en lo que conozcamos, entendiendo que detrás de cada llegada hay una historia única e irrepetible, un reloj de arena que debe terminar su llenado.

Debemos poner nombre y apellidos a sus sueños, acercarnos a escuchar lo mucho que tienen que decir los jóvenes emigrantes de Andalucía.

Aprenderemos y desmentiremos mucho más de lo que imaginamos.