El pensador y crítico literario franco-búlgaro T. Todorov ha fallecido víctima de una enfermedad neurovegetativa. Es el momento de recordar su legado a través de sus obras como El Jardín imperfecto, su autobiografía intelectual El hombre descentrado, El miedo a los bárbaros o la más reciente Insumisos entre muchas, todas de un enorme éxito.

Originario de Bulgaria, donde vivió su infancia y juventud que le marcó toda su vida de manera traumática al ser un régimen que reprimía toda autonomía personal, donde no se podía criticar al gobierno comunista totalitario. Vivió en una sociedad aparentemente pefecta basada en el adoctrinamiento cotidiano que intimidaba a toda la población, donde la disidencia era imposible en la práctica. Una vida no civilizada, donde toda rebeldía era castigada severamente, donde peligraba tu integridad física y psíquica. El mal totalitario, en palabras de Todorov, es el terror cotidiano de hacer lo que el poder dicta en cada momento. Se construyeron campos en nombre del pueblo donde se recluía a los resistentes al totalitarismo. Todos fingían ser normales para no caer en la locura y acababan por aceptar las mentiras. Universo orwelliano en la Bulgaria de los años 50 y 60, donde Tordorov se sintió cautivo en su propio país. Vivir la experiencia totalitaria en primera persona fue el hecho más traumático de su vida.

En Francia, su nuevo lugar de residencia, se sintió por primera vez ciudadano. Su otra patria donde sí era posible criticar a la autoridad sin que te detuvieran. La Francia, cuna de las revoluciones de 1789 y 1968, de la Ilustración, era la vida civilizada. Todorov asumió la doble identidad, la de sus orígenes y la que había decidido tomar por amor a la lengua francesa, a sus gentes, paisajes y gastronomía. Amor a la Francia que ensalza a los intelectuales y donde la literatura es la fiesta nacional. Dos identidades de Todorov, sin renunciar a ninguna de ellas, sin suplantar la una por la otra, porque el mestizaje de perspectivas nos enriquece como ciudadanos de la vieja y nueva Europa.

En una tercera etapa de su vida, se nos presenta como profesor visitante en Estados Unidos. Invitado por numerosas universidades norteamericanas se convierte en un observador del crisol de razas, lenguas y culturas que conforman ese país continente. Desde la curiosidad, el extrañamiento y la incredulidad, Todorov nos explica la fascinación que sienten los intelectuales norteamericanos por las alocadas teorías francesas del postestructuralismo de Kristeva o Derrida, a los que toman al pie de la letra, desde el papanatismo intelectual más sorprendente. Le llama poderosamente la atención la existencia de cursos donde se contrapone una Cultura oocidental a las culturas no occidentales, donde la primera sería la culpables de todos los colonialismos, sexismos, racismos etc mientras las segundas serían desde sus particularidades culturales en una especie de paraísos roussonianos imaginados. Caen por tanto en un relativismo cultural que pretendían combatir. Todorov aboga por el pluralismo axiológico y cultural de la interculturalidad universalista. Se centra Todorov en el análisis del concepto de víctima y victimización en la sociedad norteamerica, donde por el hecho de haberlo sido históricamente, ahora exigen el derecho de reparación. Ser víctima tiene sus ventajas porque la responsabilidad siempre será ajena y nunca propia. Todorov rechaza ésta idea perversa, porque supondría el aislamiento, de las culturas, la no hibridación, el miedo a las mezclas y el mantenimiento del gheto.

Desde el punto de vista filosófico, Todorov se considera que forma parte de la familia del pensamiento humanista, humanitaria, laica y filantrópica. Analiza las otras familias en las que se debate en disputa como la conservadora, enemiga de la revolución y apoyada en la religión y el conservadurismo moral junto al interés nacional en lo politico. Los cientificistas que solo aceptan las leyes objetivas de lo real. Los que piensan que el hombre es maleable y la victoria de la colectividad sobre lo individual, por lo que no existirían sujetos autónomos sino determinados. La familia individualista, desde Sade, para quien el hombre es un ser esencialmente solitario y egoísta. Todorov se decanta por un humanismo crítico donde el destino de los hombres lo deciden ellos mismos desde la voluntad libre. Autonomía del yo, finalidad del tú y universalidad del ellos. Mantiene la vigencia de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.

En sus últimas obras, Todorov se ha definido como amigo de la civilización, por la unidad del género humano, más allá del choque de civilizaciones, por una concepción no esencialista de las culturas, donde Occidente debe perder el miedo a los bárbaros mediante un pacto republicano de ciudadanía contra los populismos. Más allá de los maniqueísmos tenemos derecho a la civilización, por el que no podemos caer en la pulsión bárbara de negar la humanidad a los demás, sino incidir en nuestra común humanidad, porque los otros son como nosotros.

* Profesor