Las elecciones generales del 20-D han dejado un resultado inédito en la democracia española. Cuatro partidos, en lugar de dos, se reparten la mayor parte de los diputados. La mayoría absoluta queda lejos y la gobernabilidad de España sólo será posible a través del pacto y del acuerdo. Esta es una oportunidad que los españoles hemos dado para afianzar la madurez de nuestro sistema democrático. Efectivamente, es una oportunidad para avanzar, para crecer y para construir un modelo de país más seguro y creíble. Si el interés general importa de verdad, ahora no hay excusas para mirar a otro lado. Es el momento de la responsabilidad.

La hora de la responsabilidad me lleva a elogiar una habilidad que será decisiva en esta hora histórica para España: la capacidad de negociación, que consiste en la capacidad para desarrollar un proceso de mutua comunicación encaminado a lograr un acercamiento de posturas o un acuerdo con otras personas que sea beneficioso para todos. William Ury considera que negociar es "un proceso de mutua comunicación encaminado a lograr un acuerdo con otro cuando hay intereses compartidos y opuestos". Según Chester L. Karrass, los rasgos de un buen negociador pasarían por tener una serie de habilidades que en el momento actual son determinantes: habilidad para planificar, habilidad para pensar con claridad bajo tensión, inteligencia general práctica, habilidad verbal, conocimiento de la situación y del contexto, integridad personal y habilidad para percibir y explotar el poder.

La realidad es que todos hemos participado de alguna manera en lo que la capacidad de negociación supone. Hay quien dice que la negociación es el juego de la vida. Puesto que cada vez que se intenta conciliar diferencias, o resolver disputas, armonizar relaciones, efectuar una compra o una venta, lograr una mejora salarial, acordar un compromiso de entrega de un informe, etcétera, estamos entrando en el juego de la negociación. Por tanto, la capacidad de negociación supone una habilidad para crear un ambiente propicio para la colaboración y lograr compromisos duraderos que fortalezcan la relación. Si negociar es la capacidad de dirigir y controlar una discusión utilizando técnicas, planificando alternativas para negociar los mejores acuerdos, estaremos de acuerdo que es lo que necesitamos urgentemente en la coyuntura presente. Negociar implica identificar las posiciones propias y ajenas, intercambiando concesiones y alcanzando acuerdos satisfactorios.

Con estas premisas, volviendo al resultado electoral, una conclusión parece cierta: los políticos están condenados a entenderse, a negociar. Ese arte de negociar implicará saber manejar adecuadamente las estrategias, las tácticas y las técnicas de negociación más adecuadas. Una situación hasta ahora inexistente y de la que sólo podemos poner ejemplos de otros países vecinos, especialmente el de Alemania, en los cuales han sabido solventar con éxito una paradoja similar. Y lejos de dramas y derrotismos, las dificultades son oportunidades para aprender, para salir de nuestra comodidad, la comodidad que da una mayoría absoluta o casi absoluta, que es a lo que estábamos acostumbrados en España. En este momento histórico, la responsabilidad exige política con mayúsculas, demostrar la capacidad de negociar y hacer que la democracia funcione con todo su potencial. Negociar para entenderse, para ceder extremos, para buscar aquellos puntos comunes, a partir de los cuales construir acuerdos que apunten al interés general, que es el de las personas. Como el grano de trigo, morir para dar fruto. Ese morir es ceder, converger en materias y medidas que realcen a nuestro país, que mantengan a la población dentro de la esperanza y anulen los partidismos irracionales. Por eso, debemos esperar que la negociación política sea un verdadero elogio de la responsabilidad, en donde, por el bien de España, se sienten con intención de escuchar y con voluntad de ceder, para crecer entre todos.

La situación no es fácil, resulta obvio reconocerlo, pero apelando al responsabilidad, la doctrina social de la Iglesia nos ofrece la siguiente enseñanza que es de gran actualidad: "Quienes tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de la representación, que consiste en el compromiso de compartir el destino del pueblo y en buscar soluciones a los problemas sociales. En esta perspectiva, una autoridad responsable significa también una autoridad ejercida mediante el recurso a las virtudes que favorecen la práctica del poder con espíritu de servicio (paciencia, modestia, moderación, caridad, generosidad); una autoridad ejercida por personas capaces de asumir auténticamente como finalidad de su actuación el bien común y no el prestigio o el logro de ventajas personales".

* Profesor asociado de la UCO