Junio, el mes más noble del año, nombre de la esposa de Júpiter, Juno, protectora de maternidades, de compromisos, del Estado; la reina de todas las diosas. Junio resume el arcano de los niños aprendiendo la maravilla y el espanto de pasar, en pocos días, del misterio de la curiosidad y el conocimiento --acribillado por las necesarias pruebas que los mayores nos iban poniendo en el camino de la formación-- al dulce hacer nada de los despertares retrasados, de los juegos en la calle, de las bicis inmemoriales, de los atardeceres lánguidos y lentos, acaso pecaminosos y estimulantes, y de los anocheceres antiguos de mecedoras en la puerta al juego de las cuatro esquinas bajo la luz amarillenta de una bombilla, cuando las bombillas eran incandescentes y blanco de tirachinas. Junio, reina de aquella tríada capitolina de los líos amorosos y las sicalípticas pasiones de los dioses, así como en nuestros aconteceres el calor apetecible del verano encendió pasiones y parecidos líos. Protectora de la maternidad, y qué mayor maternidad que la que alumbra el el esfuerzo que cultiva las mentes, los espíritus y los cuerpos, de tal manera que hasta a la universidad se la llama alma mater, pues madre y con dolor es quien pare hombres y mujeres diferenciados de las bestias por la capacidad desarrollada del intelecto. Protectora de los compromisos, que tantas veces se anudaron en junio y se rompieron en agosto ante la sonrisa impasible de la diosa. Inspiradora del Estado, precisamente en una época en la que el Estado busca imperiosamente --como los meandros de un río-- abocarse a los días soñolientos de las semanas inhábiles. Era junio ese mirar por la ventana de la clase y ver los campos amarillear bajo el sol inmisericorde, el sol que reseca la tierra pero vivifica el espíritu de los niños que ya apuntan maneras de andaluces sabios, escépticos y distantes de cuanto muestra la contradicción engañosa de las evidencias que no lo son tanto. Junio para --ya mayores-- transitar el espacio de las aulas vacías aspirando el aroma irrepetible de las maderas, los lápices y las gomas de borrar. Y escuchar en el silencio el bullicio de nuestra niñez.

* Profesor

@ADiazVillasenor