Recientemente he oído decir a determinada persona que la erudición es una cosa inútil, que no vale la pena aspirar a ella. Por un momento creí que estaba oyendo algo surrealista, pues quien así se expresaba tiene alrededor de 50 años, ostenta título universitario y trabaja en una institución de carácter cultural.

Para cerciorarme de que lo que había entendido era un insulto a la inteligencia, tomé el diccionario pensando que pudiera tener ese término alguna acepción negativa. Pero no. En el DRAE vienen tres acepciones de la palabra "erudición", a saber: "Instrucción en varias ciencias, artes y otras materias", "amplio conocimiento de los documentos relativos a una ciencia o arte" y "lectura varia, docta y bien aprovechada". Con el fin de perfilar un poco más el concepto, acudí al diccionario Sopena de sinónimos y antónimos, que identifica "erudición" con "educación, conocimientos, saber, instrucción, investigación, sabiduría, documentación, sapiencia, competencia, ilustración, tesis, pozo de ciencia", mientras que señala como antónimos "incultura, desconocimiento, ignorancia".

Me parece que este espigueo por los diccionarios es bien elocuente para delatar como sumamente inculta a la persona que se descolgó con tales afirmaciones a pesar de haber transcurrido algunos años de la vida en la universidad, en donde se supone que, al menos antaño, se le quitaba el pelo de la dehesa a los burracones que aparecían por ahí. Sin embargo, a mi parecer es menos culpable de incultura un chavalote salido del bachillerato que un desertor voluntario de la inteligencia metido desde hace ya bastantes años en la adultez biológica.

En un alarde de comprensión podremos entender que estos apologistas de la ignorancia quieran referirse a la erudición como a un mero ejercicio de acumular datos en la inteligencia. Ya hemos visto que no es ese el significado que en la lengua española tiene esa palabra, pero aun haciendo esa concesión, la memoria no es mala, sino algo buenísimo, y la acumulación de datos sobre una materia quizá no sea exactamente sabiduría, pero se le acerca y es de suyo imprescindible para llegar a ella, ya que la sabiduría supone "digerir" todos esos datos, pero mal podrá ser sabio quien no tenga nada que digerir.

Siguiendo con el ejercicio de comprensión, podría quizá argumentarse que la erudición puede suponer un apabullamiento del lector u oyente al ser este inundado por los datos que le ofrece el erudito. Aquí podemos hacer una concesión en el sentido de que una gran erudición de poco vale si no se sabe comunicar, y la comunicación requiere síntesis, estructura clara y párrafo corto. Estamos de acuerdo, pero podemos decir lo mismo de más arriba: si no hay datos, contenidos, sustancia, no hay párrafo corto que valga porque no hay nada que comunicar.

En el momento social que vivimos sin duda abundan los catetos, los ignorantes con título, los incultos voluntarios; nuestra sociedad está compuesta por perezosos de la inteligencia que sienten pánico ante la posibilidad de enfrentarse con un libro para leerlo, incapaces de leer un artículo periodístico, incapaces incluso de leer un párrafo de más de tres líneas. A lo más que les llega su comprimido y desentrenado cerebro es a leer unos cuantos tweets de no más de 140 caracteres o un whatsapp con foto o vídeo incluido. Ante esa indolencia y desinterés por el saber es muy difícil que la erudición sea valorada como lo era hace años, no solo entre gentes cultas, sino también entre los incultos, que al menos estimaban el saber como algo valioso de lo que ellos carecían.

Si a lo anterior añadimos ese defecto típicamente hispano según el cual los habitantes de este país tienen por costumbre despreciar aquello de lo que carecen y hacer mofa de lo que les supera, tenemos así retratado el panorama de desprecio hacia la erudición como algo inevitable, y la imagen del sabio como la de alguien que siempre está "distraído", fuera del mundo real, que no es otro sino el de los futbolistas, el de los concursos de televisión y el de las series, también televisivas, cuyos capítulos duran no más de 40 minutos, ya que el cerebro de los adictos a ellas no es capaz de "soportar" una película de dos horas. Esto es lo que hay.

* Arquitecto