Una mesa electoral puede ser la mesa, la mesa por antonomasia, como parafraseando el título del cuento de Julio Cortázar Todos los fuegos, el fuego . La mesa como lugar de reunión, de encuentro, de compartir cosas, el centro de la fiesta, la mesa de los galanes como la de aquel imprescindible Fontanarrosa. El aula del instituto no tiene calefacción, hace mucho frío, y, si abres la ventana, de fuera el aire te trae aromas de churros recién hechos, pero no importa, huele a democracia, hace calor de democracia, hay fiesta de democracia por encima de todos los topicazos que son verdad. La mañana se llena de gente que pasea por la calle y todos van en fila, todas las filas son la fila, como otra vez Cortázar. En el reducido espacio del aula del colegio electoral estoy con mis compañeros Mari Carmen y Claudio, con los interventores Maribel y Antonio y luego Francisco Javier, con el representante de la Administración Félix, todos ya amigos. Trabajamos duro, miles de mesas en España lo hacen, muy duro, muchas horas. No perdemos la sonrisa, estamos todo el rato de buen humor y eso nos hace trabajar mucho mejor, ni siquiera el escrutinio del Senado nos amarga la noche, la madrugada, y terminamos a las dos, que son las tantas. Mis nonagenarias tías nos traen unos manoletes: la mesa, otra vez la mesa de compartir esa comunión de dulces, risa y democracia, de alegría aunque unos pierdan, de alegría por los que ganan, porque todos ganan, y es verdad. Votan la mañana y la lluvia, la gente y sus pensamientos, vota el universo. Apenas un minuto de alegría multiplicado por tantos. Jornada electoral.

*Profesor