El infierno son los otros», estas famosas palabras de Garcin, el personaje de la obra de Sartre A puerta cerrada, que parecen resumir toda la filosofía del drama existencialista, podrían tener muy bien una lectura completamente distinta, y convertirla en «La salvación son los otros». Los tres personajes del drama: Inés, Estella y Garcin encerrados en un cuarto sin ventanas, condenados a no poder comunicarse, pueden ser la imagen de la terrible soledad de los que, encerrados en sí mismos, buscando, inútilmente, al menos una mirada del Otro. Inés admite su infierno ser su profundo egocentrismo con las palabras: «No puedo recibir ni dar nada»; Estella es la que más abiertamente muestra su necesidad del Otro: «¿alguien puede ayudarme? --grita-- ¡Pronto!, no quiero quedarme sola. Me basta una mirada del Otro» y llama con desesperación a Garcin: «mírame, tócame, pon tu mano en mi pecho. Necesito que alguien me mire»; y Garcin busca desesperadamente un espejo para poder salir de sí mismo y tener a Otro, aunque sea su propia imagen reflejada, que lo mire, «daría cualquier cosa para verme en un espejo» dice. Pero no tiene nadie que ni siquiera lo mire. «Me esperaba encontrar aquí amigos» dice Estella, e Inés le contesta: «Nos quedaremos aquí solos» y Garcin, finalmente, admite la absoluta necesidad del Otro para salvarse, pues: «ninguno de nosotros puede salvarse solo». El infierno de los personajes de Sartre es, realmente, que encadenados y encerrados en su Yo, no fueron capaces, en esta vida, de abrirse al Otro, buscando los tres sus propios fines, dispuestos, si era necesario, hasta a matar a los que podían ser un obstáculo para alcanzarlos.

La verdad, verdad es que el Yo es nadie sin el Otro, pues este le abrió las puertas de la vida, y estableció para él una relación de total dependencia que le permitiese dar los primeros pasos en este peligroso mundo, enseñándole lo que debía decir, ver, oír, y hacer. Pero llegó el peligroso momento en que el Yo tuvo que tomar la más fundamental decisión de su vida: escoger la relación que quería seguir teniendo con el Otro: o dejar de crecer, y quedarse permanentemente como un niño, manteniendo la misma relación de total dependencia del Otro, hablando, viendo, oyendo y haciendo lo que los Otros: padres, maestros, curas, amigos, políticos, prensa, anuncios publicitarios etc., decidían por él (esta es la decisión que Sartre y su existencialismo consideran inevitable), o atreverse a crecer como adulto, tomando sus propias decisiones, construyendo puentes que le permitan, conviviendo sin miedo con el Otro, enriquecerse, haciendo lo que Inés nunca supo hacer: dar y recibir del Otro.

Y la misma crucial decisión sobre permanecer en la inmadurez o atreverse a crecer que se le plantea al «yo» individual, se plantea también a cualquier agrupación de individuos. Se planteó, en el remoto pasado al clan familiar, la tribu el poblado y a las primeras ciudades que, voluntariamente o por la fuerza, se abrieron y, asimilando a sus propias riquezas muchas cosas del exterior, crecieron hasta convertirse en los modernos Estados. Pero hoy, increíblemente, el Yo de los Estados que hasta ahora se habían considerado más desarrollados, están volviendo, atemorizados por la presencia del Otro, al estado de niñez. Encerrándose en si mismos, ciegos al daño que hacen a los colectivos que dicen querer proteger del Otro, les oímos gritar, como el pequeño que tiene miedo, «cerrad puertas y ventanas, que viene el hombre del saco»: «América para los americanos» dice Trump, «Britania para los británicos» dice May, «Holanda para los holandeses» dice Wilders, y Oriol Junqueras acaba de decir «hagamos un mundo mejor para los nuestros». Y estos líderes repiten y enseñan a repetir: «!Defendámonos del Otro! Fuera los emigrantes; fuera sus culturas de las que no tenemos nada que aprender, fuera su religiones que son falsas, fuera sus formas de vestir, de hablar, de comer, que no nos gustan y nos dan miedo». En un mundo en constante crecimiento en pos de la unidad en la diversidad ¿donde está el infierno: en el Otro, o en la oscura habitación, sin puertas ni ventanas, que propugnan los nacionalismos, en los que el Yo es incapaz de convivir con el Otro? H

* Profesor