Hace ya algunos días se celebró en Córdoba, bajo los auspicios de la Universidad y la Diputación Provincial (M José Porro Herrera-Blas Sánchez Dueñas, dir.), un seminario en torno a la vida y obra del escritor portugués José Saramago, donde se trataría el recurrente tema del iberismo; de máxima actualidad por estas fechas, bien que a veces de forma no explícita.

Introducida la temática en cuestión por el profesor César Antonio Molina Sánchez, autor de uno de sus estudios más rigurosos desde la vertiente literaria, provocaría de inmediato remembranzas históricas de diferente signo, al igual que ocurriera en sus días al insigne escritor portugués. Pues, Saramago engrosaría también la ya larga lista de la intelectualidad peninsular que quedaría abducida por la causa iberista.

Un concepto, el iberismo, de profundo significado histórico, cuya permanencia provocaría fuertes sentimientos encontrados en la secular Iberia; generando, al mismo tiempo, algunos de los más bellos pensamientos de hermandad entre pueblos que se hayan escrito.

La Unión Ibérica ha permanecido en el imaginario de España y Portugal a lo largo de su historia, ya fuera en forma de proyectos políticos, ideológicos o culturales. Y muchas han sido, ciertamente, las coyunturas que han hecho coincidir las trayectorias y anhelos de ambos países; si bien, de igual modo y casi con similar intensidad, ello ha provocado resentimientos y oposición manifiesta --fundamentalmente en el país vecino por mor de pasajes dinásticos hispanos--, lo que devendría en un contundente y opuesto antiiberismo.

Sería el siglo XIX el que aportaría la tasa más elevada de adscripciones, aún acaso cualitativamente, al credo iberista luso y español. No en vano, romanticismos, nacionalismos emergentes, francófilas, anglófilas o regeneracionismos, formarían el medio idóneo para su extensión. Desde el ámbito del espíritu --"unidad intelectual y sentimental ibérica", que diría el granadino Ganivet--, larga es la lista nominal a recordar; baste citar nombres como los de Valera, Pérez Galdós, Pardo Bazán, Menéndez Pelayo, Alas Clarín, Valle Inclán, Giner de los Ríos, Oliveira Martins, De Quental, Eça de Queirós y tantos más, para poner en su justo valor la entidad del pensamiento. Tampoco faltarían quienes, desde la atalaya pragmática de la política, en sus variadas vertientes --monárquicos, republicanos, federalistas--, abogaran por la unión peninsular.

Más próximo en el tiempo, durante el siglo XX se mantendrían iniciativas por la fusión ibérica, en sus facetas más idealistas o prosaicas; incluso a veces imbricadas. Encabezarían la selecta relación de la intelectualidad proclive a ello: Unamuno, Ortega y Gasset, DIOrs, Baroja, Maeztu, Madariaga, Américo Castro, Pessoa, Figueiredo o Saramago, entre otros. Encuentros y desencuentros, amor-desamor, marcaría igualmente la vidriosa trayectoria política entre ambos Estados peninsulares.

Lo cierto es que la intensidad de la tendencia iberista se ha visto incrementada proporcionalmente a lo largo de su existencia, ligada a periodos de crisis. Así lo haría en el periodo finisecular del siglo XIX, en que la realpolitik europea relegaría a Portugal y España a la categoría de "dying nations", del mismo modo que de nuevo en nuestros días parece querer repetirse.

En este contexto, quizá haya pasado un tanto desapercibido el gesto adoptado por las federaciones de futbol lusa y española al presentar, el pasado diciembre, convocatoria común a los Mundiales del 2018: "Una candidatura ibérica", se declararía con entusiasmo durante su promoción. Lo que también cabría enmarcarse en la ya larga estela de la corriente iberista, ahora desde vertiente actualizada. Al igual que, tal vez, deje entrever un cierto regusto contrario, no exento de esa seña rival secular, la reciente, contundente y repetida exclamación, bien que marcada por la delicada coyuntura económica, de "¡no somos portugueses!".

En tan imbricada y vasta tradición iberista enraizaría, en fin, la marcada impronta en José Saramago. Rasgo de pensamiento que se acompañaría en él de intensas y extremas vivencias personales: nacimiento en Portugal y muerte en España. En suma, una muestra más de su constante existencial portuguesa-española.

En los últimos tiempos, su implicación en esta "vieja cuestión iberista" avanzaría incluso a una nueva dimensión; lo que él mismo daría en llamar "trans-iberismo". Es decir, una extensión del hermanamiento luso-español hacia Iberoamérica, a través del legado común, "donde, a pesar de la cúpula magnífica de la lengua del imperio económico, se sigue hablando y escribiendo en portugués y en castellano". (Mi iberismo , José Saramago (pról.). Sobre el iberismo y otros escritos de literatura portuguesa , César Antonio Molina. Madrid: Akal, 1990).

* De la Universidadde Córdoba