La ausencia de una sociedad civil digna de tal nombre en el discurrir de la contemporaneidad española no es, por supuesto, un fenómeno de nuestros días. Desde los orígenes mismos de aquella gran ilusión que constituyó la botadura en la incomparable Cádiz del liberalismo hispano su incomparecencia se echó grandemente de ver y lamentar. Muy distinta habría sido, desde luego, la fisonomía de la España de los últimos doscientos años de haber tenido la burguesía hispana la presencia y protagonismo de los tenidos por la de los grandes países de su entorno e idéntica configuración histórica.

La politización suma padecida hodierno por la temática catalana ha conllevado, entre otros mil pesares, echar en olvido --fundamentalmente, en el mismo Principado-- figuras del pensamiento que deberían gozar, para bien de todos, de la máxima presencia en nuestra vida cultural, desde ha mucho tiempo en estado poco roborante. Una de las ausencias más relevantes es, sin duda, la de Balmes (1809-48), traído y llevado, a las veces, hasta el exceso por el régimen anterior y hoy lamentablemente invisibilizado. En múltiples facetas del presente su magisterio continúa, empero, en plena vigencia; y una de entre ellas es precisamente la que ahora nos atañe de una cuestión propicia al tópico o, cuando menos, a la unilateralidad.

En tiempos en los que semejaban conformarse los peores augurios acerca del pretorianismo y, en último extremo, de la formación de un poder militar que abortara las esperanzas depositadas en el consolidamiento de las estructuras liberales, el sacerdote catalán escribió: «No creemos que el poder civil sea flaco porque el militar sea fuerte, sino, por el contrario, el poder militar es fuerte por el que el civil es flaco». Que estas líneas se estamparan en el solar español más apto y fecundo para el parto y desarrollo de una burguesía ilustrada con plena conciencia de su ser y misión en los destinos nacionales prueban que ni siquiera en él cabía albergar grandes ilusiones en la forja de una sociedad civil equiparable a la de la Europa, que afrontaba resueltamente el desafío de la era industrial en la que habría de afianzar por más de un siglo su liderazgo internacional. Sin una burguesía densa y diversificada por todos los mecanismos de un Estado al que señalara su hoja de ruta y en una nación en la que, al término de la crisis del Antiguo Régimen, el estamento militar usufructuaba un indiscutible ascendiente, pertenecía al curso natural de los acontecimientos el que éstos descubrieran una y otra vez la ardua dificultad de autolimitar su poder y acatar la legitimidad constitucional.

Al igual que en el resto de las grandes cuestiones de la contemporaneidad hispana, también en la glosada aquí su camino comienza en el Cádiz de las Cortes, como habrá de recordarse en un próximo artículo..

* Catedrático