Estoy convencido de que el día uno de octubre habrá referéndum y que, el mismo día uno de octubre no habrá tenido lugar referéndum alguno. En la misma línea, se proclamará la República de Cataluña y no se proclamará la República de Cataluña. De esta manera, con el lenguaje tradicional de los análisis postelectorales, todos llevarán razón, y así, los independentistas de Cataluña que promueven esta revolución involucionista habrán cumplido la misión religiosa con la que se conjuraron, al tiempo en que el Gobierno de España dirá que nada de esto tiene valor jurídico, y que no tiene reconocimiento en ninguna parte. Pero esto no se quedará aquí.

Afortunadamente, me va tranquilizando ver al presidente del Gobierno tomando el camino de la firmeza y que, finalmente, la agresión que estamos padeciendo los españoles que creemos en el principio de legalidad y en la unidad de una país que se llama España está ofreciendo respuesta al sinsentido de esta pantomima irresponsable de un grupo de personas que, por cierto, gozan de todas las ventajas en esta confrontación, porque no tienen nada que perder.

Y no tienen qué perder porque, además de estar disfrutando de su momento de gloria, pase lo que pase, ellos ganan, y cuanto peor, mejor. El problema grave, el de fondo real, que casi no nos atrevemos a exponer es que esta situación va a ir alimentando día a día acciones violentas, y es muy posible que haya muertos. Recuerdo cuando Arzallus decía ante su partido que «ETA movía el árbol mientras ellos recogían las nueces». En el escenario de la violencia, el cien por cien del coste social se intentará cargar sobre el Gobierno de España, y el cien por cien de la rentabilidad (disculpen la expresión) la tendrá Puigdemont y el grupo que no tiene nada que perder. Y se les nota mucho el entusiasmo prebelicista, la alegría del «pase lo que pase…, y a ver qué pasa si pasa».

El Gobierno tiene que gestionar la peor crisis que vivimos en la España democrática; aún más grave que la del 23F, porque en esos momentos todos los ciudadanos percibíamos con claridad los riesgos que nos amenazaban, pero ahora no. Ahora parece que todo se mueve dentro del derecho a opinar, a expresarse libremente, a hacer lo que a cada cual le plazca, y que bueno, que es casi como una asamblea abierta en la que la libertad del momento y la bonomía lo puede todo. Ahora, basta con un discurso hilvanado sin un mínimo respeto al rigor intelectual, en el que ya todo vale, en el que cuando no llega el razonamiento se recurre al chascarrillo aprendido, a la boutade y a un sentimiento nacionalista que, desgraciadamente, cada vez necesita más del combustible que dan los argumentos racistas y xenófobos para sustentarse. Algo que no es nuevo en la Historia del Mundo.

Y en la historia del mundo, los ejemplos nos llevan de la violencia en el lenguaje, en los gestos, en las actitudes, a la violencia física, a la confrontación callejera y a los tiros; a los tiros, si quien se rebela tiene un ejército y quiere usarlo en la defensa de su desafío institucional, o si, sin ejército fomenta el desarrollo de bandas callejeras y el terrorismo. Y, sin extenderme, la pregunta que algunos nos hacemos es si Cataluña tiene un ejército, si los 17.000 efectivos de la Policía Autonómica se van a constituir en el Ejército de Cataluña, y plante cara a la hora de controlar «por seguridad» el aeropuerto, los puertos, las fronteras, el procès, etc., y terminen por aparecer los muertos.

Ojalá no, y ojalá la respuesta que está dando el Estado vaya tomando solidez, fortaleza y contundencia. Es necesario que el Estado Democrático se muestre con toda su autoridad, su solidaridad y su peso institucional, y es imprescindible que los partidos políticos democráticos respalden las acciones que, dentro de la Constitución, el Gobierno vaya adoptando. No se puede decir que se apoya todo, pero no la aplicación del art. 155; que se apoya todo, pero no el uso de la fuerza que garantice la seguridad de todos y el cumplimiento del sistema que tenemos. Y no me da la impresión de que todos los partidos democráticos se lo estén tomando igual de en serio, ni que se estén dando plena cuenta que los que consideramos todo esto necesario e imprescindible somos muchos, muchísimos ciudadanos que queremos movernos libremente, expresarnos en libertad y convivir seguros, tranquilos y en paz.

El tono alarmista de este artículo es fruto de la preocupación que debemos tener, porque, como antes apuntaba, algunos de estos responsables no tienen nada que perder, y si algo está claro es que el día uno ni termina ni empieza todo, sino que volverá a girar la ruleta para que los secesionistas tengan otra oportunidad para volverlo a intentar.

Winston Churchill presenta sus Memorias de la Segunda Guerra Mundial con lo que el llama «Moraleja de esta Obra»: En la Derrota, Altivez / En la Guerra, Resolución / En la Victoria, Magnanimidad / En la Paz, Buena Voluntad

Me permito añadir una sola nota a esta moraleja, y es que se sustancia por ése orden.

* Abogado