El martes es muy tarde. Las horas se acentúan, se vuelven fulminantes. ¿Por qué tiene que esperar Manuela Gómez al Martes de Pasión para saber si seguirá siendo delegada de Educación, Cultura y Deporte? ¿Y por qué tenemos que esperar los ciudadanos? Tras poner su cargo a disposición de Luciano Alonso, el consejero lo ha remitido a Consejo de Gobierno. La causa del follón, según la propia delegada, es su "nota interna, vía correo electrónico, dirigida exclusivamente a los jefes de servicio". Refiriéndose al resultado electoral, manifiesta su "agradecimiento más sincero y personal" por el esfuerzo "para dar la mejor cara que podemos ofrecer desde la Junta". No sé, parafraseándola, si realmente "hoy hemos recogido los frutos para que Andalucía siga siendo una tierra de igualdad"; pero sí que ni los gobiernos, ni sus delegaciones, pueden ser órganos de propaganda, involucrando al personal de las instituciones. El caso es distinto al de Irene Sabalete, la exdelegada de la Junta de Andalucía en Jaén denunciada por esa grabación en la que induce a sus trabajadores a hacer campaña por el PSOE en 2012, por corresponder a momentos diferentes: la presión, en Sabalete, y la gratitud, en la cordobesa. Todos los empleados públicos deben ser funcionarios, para proteger su independencia, como denunció el Movimiento naranja. ¿Imprudencia, o hábito extendido? Necesitamos otra educación democrática. Manuela Gómez ha pedido perdón honradamente y honradamente debiera haber dimitido ya. Las cabezas de turco siempre se han servido en su fuente de plata, pero aquí nadie quiere sostener la bandeja.

* Escritor