En los albores del presente siglo, el pensador francés Edgar Morín, en un texto facilitado a la Unesco como contribución al debate internacional sobre Educación para un Futuro Sostenible, escribía: «Si la modernidad se define como fe incondicional en el progreso, en la técnica, en la ciencia y en el desarrollo económico, entonces esta modernidad está muerta». Y añadía: «El dominio desenfrenado de la naturaleza mediante la técnica lleva a la humanidad al suicidio». Esto es, la utilización inadecuada de la ciencia y la técnica amenaza con producir elementos perturbadores en el equilibrio ecológico de efectos irreversible. Manifiesta que el objetivo fundamental y global de la educación no debe solo aspirar al progreso de la humanidad, sino, sobre todo, a su supervivencia. Puntualiza que a la vista de la gravedad de los retos que se le plantea al Desarrollo Sostenido (DS), una de las cuestiones fundamentales a las que tiene que hacer frente la educación es a que la población cobre conciencia de su pertenencia a una humanidad común, y se implique responsablemente en la conservación del medio ambiente.

Una educación ambiental, en definitiva, integrante del proceso educativo con carácter transversal, que refuerce la apreciación de los valores y se preocupe de la supervivencia del género humano. Estas consideraciones cobran hoy una especial relevancia, habida cuenta del terreno minado en que un visionario y galopante desarrollo de las tecnociencias, se está adentrando. Al profetizar con el nombre de «transhumanismo» el alumbramiento en un futuro no tan lejano, de una nueva especie gestada en los laboratorios de la ingeniería genética y de la inteligencia artificial. Como una nueva criatura sobre la faz de la tierra, mejor dotada física e intelectualmente, que vivirá sin dolor y donde el bienestar será su estado natural . Y ello fruto del paso de un modelo médico terapéutico o de curación, a otro de mejoramiento o de perfección. En el que los padres podrían incluso elegir, no solo el sexo de sus hijos, sino también el color de sus ojos, su estatura e incluso su cociente intelectual; que abriría todo un repertorio de interrogantes morales. Esto lleva a voces autorizadas a preguntarse si no se estará destapando, no el tarro de las esencias que erradicarían la enfermedad y el dolor, sino otro cuyo contenido ignoramos, donde todo podría ser posible empezando por lo peor, poniendo en riesgo la identidad del género humano. Clamando prudencia y pidiendo estricta regulación por parte de los gobiernos de esta nueva práctica médica de ignorados efectos irreversibles para la humanidad.