Hay que contarles lo que se les quiere. La belleza está en la perfección más imperfecta.

Ayer estaba Carla desbocada, alterna momentos. En un episodio la acerqué y le expliqué que no es justo que a su padre, a su hermano y a mí nos trate así, que pensamos siempre en su bienestar. Me miraba orgullosa, desafiante, con rabia... Cambió de tema: ¡quiero la bicicleta!

--Ahora la coges. Te estoy hablando. Cuando tú me hablas te gusta que te escuche. A mí también. Te has equivocado y quiero saber si sabes que te has equivocado, si vas a pensar en ello, si lo vas a cambiar...

Volvió a mirarme desafiante y orgullosa. Clavó sus ojos en los míos. Su boca evidenciaba rabia, incomodidad, sus ojos, orgullo, ninguna gana de decir que se equivocó aunque lo pensara. Así que optó por seguir firme, clavando sus ojos en los míos y mutis. Su pulso.

---No quiero echar un pulso contigo Carla, estoy para acompañarte pero también siento igual que tú, también me canso igual que tú y también deseo cosas de ti.

Enfadada, la aparté. Estalló su orgullo en llanto. La deje llorar y al rato la acerqué de nuevo.

--¿Por qué no reconoces que te has equivocado y lo cambias?, no tenemos que estar así.

Llorando aún: «Porque entonces yo lo hice mal y tú y papá y el hermano veréis que lo hice mal».

--¿Y dejaremos de quererte?

Llorando más: «Síiiii...».

--Eso no va así, Carla. Soy tu madre, te elegí tener a sabiendas de que te vería acertar y equivocarte igual que yo acierto y me equivoco y, ello, es lo que te daría belleza pues a mí me daría la posibilidad de ayudarte, en tus fallos. Eso es lo que veo. Una niña hermosa que cuando acierta me emboba y cuando yerra me da la oportunidad de ejercer de madre, de ayudarla a mejorar, si no te equivocaras, lo que es imposible, no tendría esa oportunidad. Y créeme, ya rompiste la balanza hace tiempo (le represento una con las manos), en este lado puse lo que me gusta de ti y mira cuánto pesa (bajo la mano izquierda todo lo que puedo), en este lo que no y mira dónde está (bajo un poco la mano), por esto tus errores no cambian cómo te quiero ni cómo te veo, pero dame la oportunidad de ayudarte a verlos, a estudiarlos, a aprender de ellos...

Susurrando: «me he equivocado», y se abraza a mí, luego va donde su hermano, después donde su padre. Deja de llorar, se sienta, piensa. La observamos.

Ahora se siente querida, valorada con sus más y sus menos. La educación no es fácil, nadie dice que lo sea, exige pensar en el otro, ponerse en su lugar no solo en el razonamiento del niño, de la niña, también a nivel emocional pues en ese aspecto el humano no tiene edad, solo necesita saber que es querido.

Creí que con mis señales, mis abrazos, mis besos, ella lo sabría. Hoy ella me enseñó que no le es suficiente pues cuando no hay besos ni abrazos, se piensa que el amor se esfumó, que es intermitente, que se quiere solo lo acertado. La belleza está en la perfección más imperfecta. El amor es una constante. El problema, quizás, es que no lo decimos, por ello, hay que explicarles lo que se les quiere.

Acabó su tapa, dio las gracias al camarero, me pidió tranquilamente su bici, la cogió y volvió hablando y riendo al lado de su hermano. Hablaba mucho. Estaba llena, se sentía amada y, seguramente, aprendió cómo contrarrestar su error. Si no, «¡aquí estaré de nuevo para guiarte, pequeña!».

* Directora de centro de formación Alminar