Si preguntáramos a diferentes padres y madres cómo abordan ellos la educación de sus hijos probablemente muchos se referirán a la escuela; algunos hablarán de los valores que intentan transmitirles --esto está bien, esto está mal-- pero pocos, muy pocos mencionarán algo relacionado con las emociones. La educación emocional es una dimensión más que debe abordarse en la escuela, pero, cuando el maestro o maestra reflexiona sobre ello, se da cuenta de la obviedad: la educación emocional es tarea de los padres. Y claro, sucede que en los últimos tiempos, delegar en los padres la educación de sus hijos parece una osadía si es la escuela la que lo dice; y comienzan a aflorar una suerte de excusas, cuando no reproches, por parte de éstos: "La escuela es la encargada de eso", "No se cómo educar emocionalmente", etc.

Hay que asumir y tener muy claro que la familia es el primer espejo en el que se mira el niño cada día. Y, aunque suene agotador, es también una realidad que todo cuanto hacemos o decimos es internalizado por nuestros hijos y muy probablemente se manifieste de alguna u otra manera. Esto sin embargo, nos permite tomar una cierta ventaja con respecto a los valores y emociones que queremos inculcar, pero también supone una constante revisión de nuestros propios valores, prejuicios y emociones.

Centrándonos en la educación emocional, podríamos definirla como la capacidad para entender las diferentes emociones que existen, aprendiendo a controlar y a diferenciar cada una de ellas y sabiendo así afrontar las diversas situaciones que se presentan en la vida.

Educar en emociones supone dejar que nuestros hijos las experimenten, es decir, evitar la sobreprotección y el "voy a darles todo lo que yo no tuve". Un niño que sabe lo que es la frustración o una niña que sabe lo que es equivocarse y volverlo a intentar, será un adulto capaz de superar las situaciones de la vida real y, lo más importante, abordarlas como lecciones que nos ayudan a crecer.

Que un niño conozca sus emociones le ayudará no solo a entender mejor el mundo que le rodea, sino a entender a los demás; le beneficia en cuanto a su capacidad de ser feliz, puesto que una persona capaz de autoanalizarse y saber cómo se siente siempre podrá encontrar una solución a su estado emocional, y alejará de él el sentimiento de victimismo que tan común es hoy en nuestra sociedad.

Es por tanto un reto para las familias el trabajar estas emociones, pero no porque no estemos preparados para ello, sino porque supone asumir un cierto compromiso durante toda la etapa educativa para inculcar algo que, realmente, nunca nos inculcaron a nosotros. Nada que no se pueda conseguir con la ayuda de la escuela, sabiendo que cada semilla que plantemos hoy con nuestros hijos dará sus frutos mañana.

*Graduada en Educación Primaria.

Universidad de Córdoba