Ese cohete político llamado Ciudadanos continúa su escalada de expectativas electorales. Sus dirigentes, comprobando que las posibilidades son bien altas, entienden que el tiempo de la demonización del adversario debe ceder un tanto para que haya un espacio para las propuestas electorales. Y han incorporado para ello a un economista de postín, Luis Garicano (con Manuel Conthe en la recámara) para que pongan números entre tanta charanga política. A diferencia de Podemos, su contraparte por la izquierda (¿o no es así?) que pretende conquistar el cielo con tretas de funámbulo, ellos han decidido marcar diferencias poniendo por delante el talento de personas rigurosas.

Claro que este movimiento político no es nuevo, ya lo hicieron Adolfo Suárez (Fuentes Quintana y Fernando Abril), Felipe González (Boyer y Solchaga), Aznar (Rato y José Barea) y hasta Zapatero vio en Miguel Sebastián a "su cabecita económica". A la postre todos les crearon grandes problemas, en especial aquellos que estaban muy seguros de sus creencias. Boyer salió del Gobierno y el partido, Barea fue "expulsado" de la oficina presupuestaria del presidente del Gobierno y Miguel Sebastián ni siquiera alcanzó a ser ministro de Economía, a pesar del mal rollo que Zapatero tenía con Solbes.

Ahora, Garicano llega pisando fuerte. En dos o tres comparecencias públicas ha estado a punto de dejar en pelota picada de nuevo al mocetón Rivera. El catedrático rinoceronte de Londres ha embestido con su cuerno de oro contra el muro de los asuntos irresolubles de nuestro país: reforma fiscal: IRPF, IVA, e infraestructuras: AVE y algunos otros bien vidriosos.

Ya tenemos otro profesor que consigue que un partido en punta elabore su programa calcando su pensamiento sin debate interno, sin contrates, sin que nadie en esa novísima casa política le diga vamos a pensarnos un poco qué vamos a decir sobre temas tan capitales y polémicos electoralmente. Porque si entramos en la calculadora las cifras que defiende, subirá el pan y el pollo, tributarán más los salarios bajos y menos la empresa, además un buen puñado de territorios de España se quedará sin AVE. Y no digo yo, que no soy economista, que alguna o varias de estas propuestas no sean sensatas e incluso brillantes, digo que la inmensa mayoría no las entiende ni las comparte. Ese ha sido el fallo de Ciudadanos: un error político que le llevará tiempo enmendar a base de nuevas explicaciones.

Los partidos comenten desde siempre el mismo error; piensan que un buen economista, un brillante ingeniero o insigne científico les añade prestigio y rigor. Y en casos puede ser cierto, pero su presencia resulta claramente insuficiente para ganar elecciones. El mejor partido es aquel que logra que la mayoría acepte sus grandes propuestas y tiene un líder creíble, confiable y se le entiende.

Colocar a estas personalidades en el primer plano de la exposición política no es nada recomendable, pues no acarrean votos y generan polémicas. Una prueba evidente la tuvimos con José Borrell, el ingeniero más brillante de la democracia, que quedó varado en las playas de la política a causa de su rigidez, y de sus certezas absolutas.

* Periodista