Las palabras nos provocan reacciones, nos alegran, enojan, transportan, ilusionan, decepcionan, duelen... Nos impulsan y anulan, nos mueven y paralizan. Por eso, cuando escuchamos o leemos aseveraciones sobre una realidad que conocemos o que creemos conocer, sentimos impotencia si no estamos de acuerdo y no podemos rebatirlas, o una cierta satisfacción cuando coincidimos en el discurso.

La cuestión catalana, el problema catalán, la situación en Cataluña, el procés, o cualquiera de las denominaciones de lo que ocurre en Cataluña nos provoca distintas reacciones, según lo cercanos que nos sintamos o las vivencias relacionadas que tengamos. Por supuesto, los sentimientos nos mueven siempre, en todo, y en este caso lo vemos a nuestro alrededor cada día.

Pero la situación que quieren plasmar los partidarios de la independencia no es la real, al menos no es la real para quien tiene sentimientos hacia Cataluña como es mi caso. Respeto absolutamente todas las opiniones, como no podía ser de otra manera, pues cada una de ellas está fundada en cada vida, en el día a día de cada persona, esto es incuestionable. Pero me gustaría que también se respetaran y aceptaran con normalidad y sin rencores las opiniones de quienes viven otra realidad en Cataluña, una realidad que en muchos casos temen expresar.

Soy una gaditana ya casi cordobesa, hija de catalán y gaditana; desde pequeña viví el amor de mi padre por su tierra, por su Barcelona natal, su dolor por la distancia, pero a la vez, su sentimiento como español y su cariño a Cádiz, la ciudad donde había escogido vivir a la vuelta de la emigración en Suiza. Mi padre, un gran hombre que se marchó a destiempo, adoraba Cataluña, lloraba muchas veces cuando recordaba su infancia en el hospicio barcelonés en el que fue abandonado al nacer en plena Guerra Civil, cuando me hablaba de los campos de Tarragona, donde vivió con una familia, su familia, mi familia, que lo «recogió» en aquellos duros años. Tenía un fuerte sentimiento catalán pero a la vez se sentía español, muy español y, ya con los años, gaditano (a su catalana forma).

Cuando la selección española ganó el Mundial de Fútbol en 2010, lo primero que pensé fue en cómo habría disfrutado mi padre ese momento. Amante del fútbol, forofo del Barça, también me contaba cómo sentía a España cuando era emigrante en Suiza en los años sesenta, cómo se emocionaba. Sí, son vivencias marcadas por la guerra, el abandono y el desarraigo pero son momentos que hacen crear una realidad que viven tantos catalanes de todas las edades, que se sienten muy catalanes y españoles a la vez, sienten una identidad catalana dentro de España, y no quieren vivir estos momentos de tensión independentista, no quieren dejar de pertenecer al Estado español, simplemente no quieren, no hay más.

Pero los catalanes seguidores del independentismo tienen también su realidad, provocada por otras vivencias distintas a las mías, diferentes a las de los no independentistas que viven en Cataluña. Las palabras hacen daño y mucho, se ha creado una situación, a la que han contribuido todos los actores con voz en este asunto, en la que los ciudadanos no independentistas tienen temor a expresarse claramente en muchos casos. Son catalanes, viven en Cataluña, trabajan allí y no quieren lo que está pasando actualmente. ¿Por qué no escucharles de forma activa? ¿Por qué no frenar la intensidad de las dolorosas palabras que decididamente se pronuncian en tantas ocasiones en pro del independentismo? ¿Por qué no intentar suavizar la situación en una sociedad dividida entre los que quieren la independencia y los que no la quieren, pero anhelan seguir viviendo en la tierra que aman, en el lugar al que pertenecen?

Sin duda es una situación complicada, y mucho, los independentistas tienen sus vivencias que les llevan a ese sentimiento, arraigado y fuerte y en muchas ocasiones provocado por actuaciones del pasado en las que no se supo ni se quiso entenderles probablemente; y los no independentistas tienen las suyas, por las que prefieren no separarse de España.

Esta cuestión ha surgido por muchos y múltiples motivos a analizar en profundidad, pero la realidad es la que vivimos cada día directamente o a través de los familiares y amigos que tenemos allí. A todos nos afecta y todos tenemos una sensación de hartazgo, de que es un tema que nunca acaba ni se arregla, que protagoniza las informaciones diarias mientras en el mundo siguen pasando tantas cosas. Ojalá y cuanto antes, quienes pueden y deben hacerlo, piensen en los catalanes con ideas contrarias a las suyas, actúen por el bien general y vigilen la dureza de las palabras porque duelen, y mucho.

* Periodista