Para el sufrido consumidor, hay coches y coches, jamones y jamones, medicamentos y medicamentos, y, por lo comprobado, también hay bombillas y bombillas. Las nuevas bombillas, las llamadas de bajo consumo, se venden mucho más caras que las tradicionales lámparas de tungsteno. Sus catálogos informan del consumo y de la duración, también llamada obsolescencia programada --asunto polémico actual--. En las que ven, las hay de 2.000, de 4.000, de 8.000 y de 10.000 horas de duración, según el fabricante, pero, eso, en la práctica, no es así, muchas se funden antes de tiempo. Ahí es donde radica el problema, estamos comprando bombillas caras que no duran lo que tienen que durar en comparación con otras que son mucho más caras y que duran más. De siempre se ha dicho que lo barato resulta caro. Y la pregunta que nos hacemos: ¿Quién hace los controles de calidad en todas las marcas que se venden en España?, ¿está el Ministerio de Industria al tanto de las equivalencias técnicas? Curiosamente, también, en los embases de cada bombilla encontramos un número telefónico de atención al cliente, el famoso 902. ¿Le merece la pena al cliente acudir a la tienda donde la compró o llamar al 902 para protestar por las pocas horas de duración? Pues no, porque vale más el collar que el perro, y como siempre, a río revuelto, ganancia de pescadores.

Manuel León Vega

Córdoba