Si te preguntas una y otra vez por qué te crees libre y sin embargo no puedes liberarte, es que ya no recuerdas. Y no recuerdas porque no te has dado cuenta de que le has puesto un dueño a tu persona: hasta manda en tu memoria. Ha conseguido que ni en tus pensamientos puedas verle la verdad, porque te ha hecho creer que lo traicionas si detectas sus engaños. Vas sola a todas partes porque confundes libertad con soledad. Si no te dejases envolver por sus medias verdades, te sería muy fácil detectar la entera mentira con la que te encarcela y ríe de que le crees en todo. Cuando teme que puedes liberarte, te tiende la trampa de la emotividad, de que te necesita, hasta que te obliga a convencerte de que eres la responsable de su sufrimiento y posees la llave de su alivio. Cuando ve que has regresado a su dominio, te encierra en ti misma y te hace el vacío, porque nunca te ha necesitado ni nunca te necesitará: solo está contigo para destruirte. Si lo consiguiera, buscaría la compasión de los demás, porque nadie ha visto ese maltrato de años y de noches que viene haciéndote desde el primer momento que inhalaste su vaho de egoísmo. Siempre juega a que seas su madre y su niña, para que nunca crezcas y así no te liberes. Te engaña hasta en que te convenzas de que el largo de la cadena que te ha impuesto es tu libertad. Prueba a llegar al límite de lo que da de sí esa cadena, y sentirás en tu cuello el tirón y tu agonía: te sentirás culpable y temerás que vuelva a abandonarte en su rechazo. Es la espiral del más terrible laberinto, porque tú no podrás ver en tu ir de días envueltos en su niebla. Algo cada vez más hondo se rebelará dentro de ti, pero buscarás razones para bloquearlo, pues sin darte cuenta te irás acostumbrado a la tentación de que te crees segura en esa dependencia. ¡Tiene tantos miedos el ser libre! Y, sin darte cuenta, los miedos irán puliendo a la verdadera tú como el mar, ola a ola, convierte en anodina arena lo que un día fue montaña libre. Así hasta que te mires al espejo y ya ni siquiera sientas añoranza del brillo de tus ojos, de la luz de tu sonrisa: aquella inocencia con la que una tarde ya perdida creíste en él y te entregaste. Aprende a detectarlo antes de que te posea, para que sepas por qué no eres feliz y tienes que callar.

* Escritor