Me disponía a lamentar por escrito la reciente muerte de Pilar García Entrecanales, una mujer única, de las que dejan huella en el corazón y el recuerdo de cuantos la conocieron, cuando he sabido del fallecimiento, ayer mismo, de otra figura singular, que lo ha sido todo en el terreno de la investigación flamenca desde Córdoba. Adoptó esta ciudad como suya desde que dejara su Montilla natal por razones laborales. Y es que aunque siempre se consideró de pueblo y fiel a su origen, le pudo el tirón de la radio, a la que entregó su voz aterciopelada y sus muchos saberes durante décadas. Hablo, naturalmente, de Agustín Gómez, un hombre serio, cabal y erudito que, maestro por formación y vocación, lo mismo difundió sus conocimientos del arte jondo, ayudado de su palabra certera y oportuna, en los medios de comunicación -entre ellos Diario CÓRDOBA durante muchos años- que en la UCO, al frente de la Cátedra de Flamencología que hoy lleva su nombre.

Fue su fundador, primer director y la persona que con su rigor científico, plasmado en multitud de libros, artículos y conferencias, y su forma clara de llegar a gentes de todo tipo, consiguió revestir de dignidad universitaria allá por 1996 un género que no mucho tiempo atrás se veía como folclore reducido a peñas y colmados. Su pundonor de hombre recto, sabedor de lo que se traía entre manos y en consecuencia presto al elogio justo, pero nada dado a alegrar oídos que no se lo merecían, le ocasionó más de un disgusto, pero también la satisfacción de verse reconocido en numerosos foros. Así, además de recibir multitud de premios, la Real Academia de Córdoba abrió por primera vez las puertas al flamenco en el 2003 a través de Agustín Gómez, reconociendo su empeño por enriquecer uno de los patrimonios culturales más representativos de Andalucía. Dedicó más de medio siglo a divulgar la esencia flamenca, limpiándola de impurezas, y siguió haciéndolo, ya jubilado, incluso cuando su larga enfermedad le mordía con más crudeza. Hasta que ayer se lo llevó, con 78 años y mucho que enseñar todavía. Córdoba lo echará de menos, y yo, que tenía en Agustín a un amigo entrañable, y al que acudía como a una enciclopedia cada vez que necesitaba documentación, lo recordaré siempre.

A Pilar García Entrecanales no tuve la suerte de conocerla tanto, pero a lo largo de los años la entrevisté en varias ocasiones y eso me bastó para admirar su perfil de mujer luchadora y optimista, aunque se le empañaran sus hermosos ojos verdes cuando hablaba, casi 40 años después de enviudar, de su marido, Luis Valverde, ingeniero de la Electromecánica y primer presidente del Círculo Juan XXIII, un nombre clave del antifranquismo en Córdoba. Varias generaciones de alumnos recordarán a esta profesora de música que, con su vitalismo y su perfercta vocalización castellana -nunca perdió el acento madrileño aunque vivió casi 60 años en Córdoba-, más que impartir una asignatura contagiaba su amor por ella. Pueden dar fe de este apasionamiento sus alumnos de la Cátedra Intergeneracional, que la veneraban. Antes había dado clases en colegios, institutos y hasta en la Normal de Magisterio, donde solo duró un año porque escandalizó a la dirección con su forma entusiasta y personalísima de explicar los secretos y sentimientos que se ocultan tras cualquier melodía. Pilar tenía una formación clásica y un talante refinado, de dama exquisita, que cohabitaban en ella con un espíritu de vanguardia. Se ha ido con 80 años, y fue una mujer bella, inteligente y alegre hasta el final.