La agenda cultural de Córdoba nos brinda a diario una variada y tentadora oferta para deleite del espíritu y provecho del conocimiento. Ahora que tanto se valora la formación continua, los actos culturales --la mayoría de entrada libre-- permiten alimentar la llama del saber edificante y huir de banalidades en las que se suele malgastar el tiempo. Lástima que no tengamos el don de la ubicuidad para acudir a cuanto nos interesa, así que no hay más remedio que elegir. La agenda que a diario publica este periódico es un exponente de la variedad y cantidad de oferta. Hay tardes que encuentro tres o cuatro actividades de interés, y me enfrento al siempre doloroso trance de elegir una, descartando otras también interesantes.

A veces, si los horarios escalonados lo permiten, se puede hacer doblete, y es lo que hice el jueves. Por la tarde, proyección en el céntrico Instituto Góngora del documental Los colores de Julia, de Miguel Ángel y Fátima Entrenas. Y por la noche, representación en el teatro Góngora --de Góngora a Góngora, como ven-- de El hijo pródigo, de Ricardo Molina, a cargo de la compañía Trápala. Una doble lección de arte y belleza para disfrute de espíritus sensibles. Sin pretender competir con los críticos, permítanme dos breves comentarios, por orden cronológico.

Los colores de Julia es un excelente mediometraje sobre la carrera de la pintora Julia Hidalgo realizado por Miguel Ángel Entrenas y su hija Fátima. Un pulso entre artistas que enseguida deviene en fluido diálogo. Los Entrenas dialogan desde su cámara, guiada por la sensibilidad, con una pintora que explica su proceso creativo con transparente espontaneidad mientras por la pantalla va desfilando parte de su copiosa obra; cuadros de sutiles texturas en los que vibran los colores austeros al servicio de formas desdibujadas y potentes que conmueven al contemplador. Los testimonios de la artista se complementan con certeras opiniones sobre su obra de especialistas como Miguel Carlos Clementson, José María Palencia, Carlos Clementson o Manuel Ángel Jiménez, que ayudan a descubrir algunas claves de su estilo y evolución artística.

Los Entrenas han tenido el acierto de grabar todos los testimonios en un contrastado blanco y negro, evitando así competir con el color de los cuadros que se muestran simultáneamente, un paralelismo que alcanza su cénit cuando enfrenta los de temática flamenca con escenas reales de baile y cante.

La película capta también la atmósfera íntima de la casa de Julia cuando se recrea en rincones, muebles, portarretratos y su propio estudio, donde la vemos pintar y preparar la paleta. Todo bien planificado, contado con sosegado ritmo y expresivos silencios, que son como puntos y aparte de los distintos capítulos en que se estructura una obra que rebosa sensibilidad y buen gusto.

El hijo pródigo es la guinda del centenario natal del poeta Ricardo Molina, un auto sacramental estrenado en el Patio de los Naranjos en el lejano agosto de 1946, en el marco de la verbena de la Virgen de los Faroles, que no se había vuelto a representar. Tras el rescate casi arqueológico por el estudioso José María de la Torre de una obra que se creía perdida, la Compañía Trápala la ha representado dos días en el Góngora. Una recuperación triunfal a juzgar por la larga ovación que le dedicó el público asistente que, al menos el segundo día, no llenó el teatro. ¿Cómo es posible ante obra tan señera de un cordobés preclaro, a ¡5 euros la butaca!, casi un regalo?

Ricardo Molina recrea la hermosa parábola evangélica con versos sublimes y fluidos --unas veces tranquilo riachuelo y otras, agitada tempestad-- que inundan el alma del espectador para ayudarle a reflexionar sobre el perdón. Todo ello servido por una docena de excelentes actores bajo la experta dirección de Juan Carlos Villanueva, subrayado por música de cámara en directo y realzado por eficaces recursos audiovisuales que logran superar el concepto del viejo decorado. (Sublimes la espectacular aparición del apuesto San Rafael así como la escena final del Padre simbolizando a Dios, encarnado por Bartolomé García). Es triste que una obra montada con tanto esfuerzo y brillante resultado limite su vida a dos representaciones. ¿Cómo no la reclama Puente Genil, cuna de Molina para su flamante Teatro Circo? ¿Cómo la Diputación no la pasea por los pueblos? Salí, emocionado, del Góngora, pensando qué buena película harían los Entrenas de esta función.

* Periodista jubilado