Si se tratara de una estrategia mediática, el éxito rutilante de Podemos en la representación de su ruptura interna ya estaría amortizado: durante varias semanas, ante el vacío continuo de la izquierda en España, al menos en las filas de Podemos existen dos corrientes que se pueden seguir, con nombres y propuestas, con un aire de estilo diferente, en un protagonismo que ha anulado toda la incertidumbre del PSOE, que ya produce un hastío lánguido de poeta melancólico en su mitad del sueño. Tenemos a Pablo Iglesias y a Íñigo Errejón, seguidos con la lupa periodística: que si discuten en los escaños, que si mueven airadamente las manos, que si gesticulan, como si fueran los primeros diputados en hacerlo. Además de los méritos organizativos de estos hombres --de aspecto juvenil, pero ya con una edad política en la espalda--, para levantar desde los pavimentos de la sentada colectiva un movimiento público capaz de enjabonar la apatía general, hay que reconocerles una capa dura, en carne viva, una especie de resistencia a la mirada microscópica, en una auscultación de los latidos que tiene algo de seguimiento perturbado: como si a los ciudadanos nos importara, de verdad, si discuten o no, si dirimen ideas desde ese aburrimiento arrellanado en sus asientos del hemiciclo, cuando resulta que la vida nos golpea al otro lado del Atlántico, sí, con un ruido prebélico en las sombras afiladas y torvas que llenan las noticias; pero también en la orilla cercana del Mediterráneo, en muchos de sus tramos, con los cuerpos podridos en el fango del mar.

Si se tratara de un guion dramático, sus protagonistas estarían siguiendo sus diálogos --ya sea por la vía de la declaración periodística, en Twitter o en cualquier comparecencia-- con una pulcritud de actores meritorios metidos a primeras figuras de la escena, mientras el patio de butacas, el anfiteatro y la platea se miran mansamente en el descanso de esta gran función interminable, que casi se genera con lentitud a sí misma, como si no importara, en realidad, la reacción del público al final, porque quedan cuatro años hasta las siguientes elecciones. Puestos a intentar entender el argumento, tenemos dos tendencias que se fundaron en una única visión de la crisis política, institucional, de fe, de una población que se reunió en las plazas para recuperar el ágora de todos, una capacidad de hablar y de decir, entre otras cosas, que no había pan para tanto chorizo y que los partidos, entendidos así, no nos representaban. El diagnóstico fue tan eficaz que se levantó otro partido articulando todo el descontento colectivo, y ahí se vio la fuerza de la unión entre Iglesias, Errejón y Bescansa: ninguna formación política, vieja o nueva, ha sido sometida a semejante escrutinio periodístico, como si el mero hecho de existir, y manifestarse en contra de la normalidad asentada, constituyera un crimen de lesa humanidad. Se atacó a Podemos hasta la extenuación cuando todavía no había terminado de nacer, cuando apenas pasaba de la teoría a la práctica, de la ilusión al acto, del deseo a la realidad; pero fue entonces, precisamente entonces, cuando se produjo, o empezó a producirse, la fractura que vivimos hoy: en la interpretación de los resultados electorales, entre el 20-D y el 26-J. ¿Se pudo lograr esa unión progresista, de renovación, que demandaba la ciudadanía que votó mayoritariamente en contra del Gobierno? Después de tantas versiones sobre aquellos días, el debate está estrangulado.

Miramos el presente y nos parece un pasado cíclico, una especie de serie condenada a la repetición meticulosa de los mismos capítulos. Por primera vez, un partido parecía haber empoderado a una parte de la ciudadanía que había renunciado a la política. Ahora, acabadas las citas recordadas del Ché, rayada la canción A galopar en la voz encendida de Rafael Alberti y Paco Ibáñez, queda una disputa entre dos hombres, queda esta contienda en verso vivo tan propia de la vieja política de siempre. Seguramente muchos seguirán pensando que era más lo que los unía, en los tiempos gloriosos del pasado común, que lo que los separa, antes de subir al cuadrilátero de Vistalegre 2. Superaron el acoso mediático, sí, pero no lo han necesitado para desvanecerse, para reconducirse hacia su propio foso de cansancio retórico, en un agotamiento que ha dejado a la gente lejos, pero mucho más lejos, de lo que antes estaba de la agenda política. En la destrucción de su criatura, han tocado ya la perfección, mientras la realidad pasa de largo.

* Escritor