Vivir y vivir bien, ése es el problema, el gran tema, la meta de todo el mundo. Aunque quizás sea simplificar un poco, puede decirse que cabe vivir de dos maneras. O bien se deja que la mente siga su curso al son de lo que espontáneamente surja ante lo que nos sucede, o bien se opta por dirigir conscientemente nuestra actividad mental. Esos dos estilos corresponden, por decirlo de modo sencillo, a dos niveles de uso de inteligencia: la inteligencia simple y la inteligencia guiada inteligentemente. Lo verdaderamente inteligente, valga la redundancia, es lo segundo: implantar en nuestro interior los estilos intelectuales y emocionales que consideremos mejores o más adecuados a nuestra situación. Este planteamiento lo formula Alfonso Aguiló, en su libro Carácter y acierto en el vivir . Ciertamente, o vamos viviendo según un guión improvisado, según se nos ocurra, o empezamos a utilizar la cámara con acierto. El director de una película puede obtener efectos muy distintos de una misma realidad que está filmando. El ángulo y el movimiento de la cámara, el tipo de música de fondo y su volumen, el color y la calidad de la imagen, pueden crear en el espectador impresiones enormemente diferentes. Hay todo un conjunto de detalles que influyen mucho en los sentimientos que una misma realidad puede generar en quien la vive o la presencia. Algo parecido sucede con el mundo interior de cualquier persona. Dependiendo de cómo se utilice la cámara con que observamos lo que nos sucede, o la música con la que acompañamos esa mirada, o los diálogos que establecemos en nuestro interior, una misma situación objetiva puede generar en nosotros efectos subjetivos muy distintos. Puede ponernos en pantalla ideas positivas o negativas, estados emocionales favorables o desfavorables, argumentos alentadores o depresivos. Valga la sugerencia para tanta incertidumbre en la vida.

* Sacerdote y periodista