Se está escribiendo tanto sobre Donald Trump, circulan tantos análisis, especulaciones y condenas que me apresuro a decir algo antes de que (Dios no lo quiera) se lo cepillen. Porque digo yo que, con lo que les gusta a los gringos los magnicidios, hay que ponerse en lo peor si tanta es la amenaza que representa para el libre mercado y la democracia. ¡Buenos son los mercados cuando se le contradice! ¡Y qué les voy a decir de la democracia made in USA! Hay también contestación callejera de las minorías étnicas, las organizaciones obreras y los colectivos en defensa de la dignidad humana, la tolerancia, y la conservación del planeta o lo queda de él, pero esta gente lo más que pueden hacer es aguantar los palos que la poli les propine. Yo me pronuncio por una lucha de capos del capital monopolista para el desenlace final, porque si pretende revertir la deslocalización de las empresas, poner aranceles, etc., se cargará a la gallina de los huevos de oro y al sursuncorda.

Lo chocante es que este hombre, pomposo y polémico, no ha caído del cielo, no ha sido enviado por Dios, como se le saludó en las invocaciones y plegarias en las gradas del Capitolio cuando lo invistieron presidente y le aplaudieron las más altas autoridades de aquel país en su peculiar liturgia y fanfarria. No en la Biblia que yo leo, a menos que se trate de Anticristo. Porque Donald Trump es un hombre muy de los tiempos que corren, un empresario corriente y moliente si me aprietan, demasiado voluminoso y vulgar, poco sofisticado, casi grosero, y muy rico, a quien han votado, para comandar la nación más bélica del mundo, 65 millones de estadounidenses que están hartos de los políticos y muy desorientados. Muy chungo el asunto, pues, y no digo nada nuevo si coincido en que suelta un pestazo racista, xenófobo, machista, imperialista y fascista, y añadan ustedes lo que quieran para dejar bien claro que son todo lo contrario. Yo me he quedado satisfecho.

En su escudo de armas yo le podría dos símbolos: el muro y el puño. El muro (y otras barreras) es la necesidad de acabar con el desempleo, que es la peste del capitalismo y la madre de todas las promesas. Es la «América primero» que tanto ha dado que hablar porque levanta el fantasma del aislacionismo en un mundo globalizado, y en un país donde el periodista liberal Randolph Bourne pudo escribir en 1912: «Lo que América ha conseguido ha sido una federación cosmopolita, de culturas extranjeras, donde la devastadora competición ha sido erradicada…y donde por la primera vez en la historia se ha logrado el milagro de esperanza, de convivencia pacífica entre los más heterogéneos pueblos bajo el sol». No está el horno hoy para estas retóricas.

Del puño alzado al terminar el acto de investidura como presidente se ha hablado menos, pero es un hecho insólito. Se lo he visto a Mandela y a Chávez, a González y al Ché. A ningún presidente norteamericano, antes de Donald Trump. ¿Qué quería decir el multimillonario? El sentido de este símbolo es muy debatido. Poder y autoridad en la Roma clásica imperial. Revolución y unidad internacional en el socialismo. Yo tenía leído que el puño alzado fue utilizado como signo para solicitar la palabra y exponer la razón. Debo de estar confundido.

* Comentarista político