Don Máximo Paniego Vélez. Maestro. Murió. ¿Murió? No; no morirá nunca. Vivirá siempre. Porque nos dejó su semilla de vida y dignidad, escrita en la pizarra de nuestras almas con la tiza indeleble de hombre de bien, como maestro y como amigo. Por eso ahora esa vida corre por las venas de tantas vidas y se abre en la tierra de tantos corazones y de tantos sentimientos. Su manera de andar, su tímida sonrisa bondadosa, su voz firme y timbrada, su sencilla manera de vivir, de entregarse cada mañana a la tarea; pero, sobre todo, la estatura de su persona, que era la estatura de su alma por su compromiso con el trabajo bien hecho, con la verdad y con la libertad. Fue otro hombre más que mantuvo en su corazón, hasta el último latido, el aliento de la honradez y el misterio de que lo más valioso de un ser humano es el respeto para sí mismo y para los demás. Y entregó su vida a sembrar esta verdad sin fisuras. El mejor homenaje que le podemos hacer ahora es no permitir nunca que esa semilla se pudra en nuestros compromisos, sin dar ese fruto que él mantuvo vibrante cada día, a pesar de aquella España arruinada por la violencia de otra guerra civil y sus detritus. Porque cada ser humano es una tubería por la cual la vida llega otros o niega la vida a otros, y la felicidad, y la alegría, y la paz. Pero mejor que mis palabras de artesano discípulo las de otro gran maestro, don Antonio Machado, que recogió la semilla y la vida de otro gran maestro, don Francisco Giner de los Ríos. Sirva la elegía de nuestro buen poeta para dejar una corona de agradecimiento a don Máximo: «¿Murió?... Solo sabemos que se nos fue por una senda clara, diciéndonos: Hacedme un duelo de labores y esperanzas. Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma. Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan, lleva quien deja y vive el que ha vivido». Porque como don Francisco Giner y don Antonio Machado y tantos hombres y mujeres, don Máximo «soñaba un nuevo florecer de España». Nuestro maestro descansa ahora en la paz de los justos que lucharon hasta el último aliento por una vida justa. Ésa es su inmortalidad. Nosotros aún tenemos que seguir luchando, en todas las circunstancias, por hacernos merecedores de esa infinita paz, y que la semilla llegue a otros.

* Escritor