Debo de confesar que cuando se alzó el telón del teatro de la Escuela Superior de Arte Dramático y se hizo la luz al otro lado del escenario, sentí algo parecido a un escarnio, al ver aquella hostería del Laurel de Buttarelli, tan transformada en el tiempo que se me vino a la memoria aquellas horribles representaciones del teatro de vanguardia, allá por los años 76, 77, 78, recién estrenada la democracia, tan discriminatorias con el teatro clásico, como supuestamente renovadoras de lo correctamente político y etiqueta de un supuesto renacer cultural. Pero nada más lejos de la realidad. Cierto es que la atrevida adaptación que hace Rosa Martín y que produce José Delgado, si al principio "choca" con nuestra idea preconcebida de la habitual representación, al menos en su apariencia, enseguida da paso a una puesta en escena de lo más acertado, introduciendo simbologías con un alto contenido social, conservando plenamente la esencia de Zorrilla en ese predominio del sentimiento sobre la razón. ¿Y qué decir del espléndido regalo interpretativo de sus actores? Un verdadero obsequio anticipado de la Navidad. Mi más sincera enhorabuena y agradecimiento por esos cortitos ciento veinte minutos, donde todos ellos, magníficamente arropados en escena por la dilatada experiencia de Carmen Rodríguez, Chelo Ansino, Javier Carmona y Juan Antonio Díaz, supieron deleitarnos con su capacidad interpretativa, muy por encima de su rango de estudiantes de Arte. Sirvan como homenaje sus nombres: Demetrio Benítez, Daniel Hidalgo, Rebeca Moreno, Carmen Prados, María Prieto, Teresa Martínez, Sara Lues, Manu Barre, Alvaro Chumillas, Rubén Gutiérrez, Ana: María Herrador y María Prieto, para quedar constancia de un evento con categoría y estilo que encontró en el Palacio de las Quemadas, cuna y regocijo para estos alumnos que más pronto que tarde formaran el elenco de los llamados ACTORES, con mayúsculas.

Antonio Rodríguez Bazaga

Córdoba