No es que la izquierda española de 1977 estuviera domesticada, sino que Alberto Garzón ha domesticado el recuerdo de lo que no vivió. No hace tanto: sólo 40 años, que es también una vida y su renovación. Digamos que es un tiempo insuficiente para poder tratar aquella semana negra de Madrid, en enero del 77, con la misma distancia histórica a la que podríamos acogernos para hablar de la crisis de fin de siglo en el 98, tras la pérdida de las últimas colonias; pero, al mismo tiempo, precisamente por esa cercanía, quedan todavía entre nosotros muchos protagonistas de esos días fríos y lluviosos de un enero de plomo. Esta semana se han reunido en Madrid muchos de ellos, como Cristina Almeida, Paca Sauquillo, Manuela Carmena y Alejandro Ruiz-Huerta, el último sobreviviente del atentado contra el despacho de abogados laboralistas en la calle Atocha. Al pie del monumento El abrazo, de Juan Genovés, inspirado en su cuadro Amnistía, se ha vuelto a hablar de aquel grupo de abogados laboralistas disgregados entre las luchas de las asociaciones vecinales, los casos ante el TOP con la defensa de los obreros y de los presos políticos, y la lucha por la democracia dentro del Colegio de Abogados de Madrid. Precisamente el Colegio de Abogados, como el Consejo General de la Abogacía y el propio Juan Genovés, han sido galardonados con el Premio Fundación Abogados de Atocha en este 40 aniversario de sus muertes, por haber mantenido, cada uno en su escenario, el valor del recuerdo. No, no era una izquierda domesticada la integrada por 10.000 manifestantes en la Puerta del Sol, cuando detuvieron a Carrillo antes de aquella Navidad, para pedir a gritos Amnistía y Libertad. No lo era Arturo Ruiz, ni Mari Luz Nájera. No lo era Enrique Ruano, ni Yolanda González. No lo eran los abogados de Atocha. En fin, cuando no se ha pisado una trinchera es fácil criticar el campo de batalla con la pureza teórica. Esta gente, en aquella España, lo que se jugaba era la vida.

* Escritor