Hoy no es un viernes más del calendario, ni sólo el día de las Lolas. Es un día que se ilumina de forma especial en nuestros pueblos y ciudades. El inmediato prólogo de la Semana Santa en el que los cofrades miran al cielo y sonríen, al contrastar la bondad climatológica que este año nos acompaña. Los naranjos han tomado el relevo de los almendros y un rumor de azahar llena todo de vida, anunciando una primavera desbordante que nos inunda y abre de par en par puertas y ventanas, interiores y exteriores.

Hoy Córdoba se quita el luto, pese al paro creciente y los presupuestos menguantes. Y lo hace a su manera. Con largas colas junto a San Jacinto para visitar a su Patrona de Fe, esa Madre doliente, salida de las gubias de Juan Prieto y venerada por multitud de generaciones de toda condición social durante casi tres siglos de perseverante devoción. Testigo privilegiado de los dolores de una ciudad postergada en el olvido, confesora de cuitas y pesares a la vez que última esperanza de todas las causas. Me pregunto si los siete dolores que traspasan su corazón serían hoy las promesas de fidelidad incumplidas, la persecución de los justos, los cordobeses sin rumbo, el encuentro con tantas cruces que transitan ante nuestro ojos; la muerte a la tolerancia y a la verdad, recibir en su cobijo el destierro de tanto inocente, y la sepultura de todas las esperanzas. Recuerdo que en Berlín quise visitar un monumento en el centro de la ciudad, memorial de todas las víctimas de todas las guerras, y me impresionó cuando contemplé, en una sala desnuda, la sobrecogedora imagen de una madre con el hijo yacente en su regazo. Madre de Dolores.

Día de torrijas y magdalenas, de vía crucis piadosos, de devotos besapiés y traslados solemnes de las imágenes a sus pasos. Córdoba se prepara para su Semana Mayor, esa que se reivindica no en el balance de la hostelería, ni en itinerarios ni estrenos, ni en acordes musicales ni en el destello de los terciopelos bordados, sino en la creencia profesa y silente de la mayoría de sus habitantes, en la participación militante de miles de penitentes y cofrades por sus calles, en la que resulta la mayor y multitudinaria manifestación ciudadana que transcurre cada año por nuestros barrios.

Semana para encontrar escaleras que nos suban al madero del crucificado que camina junto a nosotros, para descubrir en nuestro entorno las llagas y las espinas de parados sin esperanza, de soledades incomprendidas, de desgarros personales, de enfermedades crónicas. Semana Santa para darle una oportunidad a la convivencia, para indultar nuestros odios y miserias.

* Abogado