Un año después, los españoles revivimos los atentados del 17-A en Barcelona y Cambrils con el propósito de rendir homenaje a los fallecidos y heridos, y acompañar en el dolor a las familias. Las voces de las víctimas y de los héroes que se dejaron la piel para ayudarlas en la Rambla golpean el ánimo de todos. Imposible no sentir empatía por su pena y tristeza. Perdura aún el miedo de los supervivientes a salir a la calle y la memoria prendida en todo lo perdido: seres queridos, la propia salud o la sensación de tranquilidad.

Una camioneta conducida por el fanatismo arrasó con la vida y dejó la memoria de la vulnerabilidad. Muchos sentimos el miedo. Las llamadas nerviosas a familiares, esos mensajes a los amigos, el temor a que el horror estallara en otra esquina, quizá la más próxima a un ser querido. Las imágenes se clavaron en nuestras retinas. La Rambla sembrada de cuerpos. Los rostros aterrados de los que huían. Resultará difícil olvidar aquel cochecito de bebé empotrado en un árbol.

Pero también hay otras imágenes. Como el altar improvisado en el mosaico de Miró. Velas, peluches, cartas y flores quisieron borrar el rastro de la muerte, que la vida volviera a brotar de aquel punto de color. Durante días, junto a él se congregaron vecinos y turistas, unidos con la fuerza de la fragilidad compartida, con la tristeza indiscutible ante el horror. Algunos elevaron sus rezos. Incluso al mismo dios que el fanatismo había adulterado. Desde el primer día, Barcelona luchó por recuperar la vida. «No tenemos miedo» fue la consigna. Y la vida quiso imponerse, no entregar al terrorismo nada más que lo arrebatado. Humillar al fanatismo con la humilde cotidianeidad.

Estos días, las flores han vuelto a la Rambla. Las víctimas agrupadas en torno a la Unidad de Atención y Valoración de Afectados por el Terrorismo (Uavat) han pedido que en el acto de homenaje de hoy «no se utilice el dolor ajeno para hacer política». Qué menos.

Hay muchos días para expresar las discrepancias. Pero no tantos para demostrar la humanidad. Que en el acto de homenaje cada uno vaya con su pena, que las víctimas sean las únicas protagonistas y que en el dolor compartido se encuentre el aliento para plantar cara al fanatismo.

Se equivocan los sectores independentistas de Cataluña con el anuncio de protestas por la presencia del Rey en los actos. Felipe VI debe estar hoy en el homenaje a las víctimas y sus familiares, no es aceptable ningún veto a su presencia y, todavía menos, la politización de un acto que debe centrarse solo en las víctimas del terrorismo.