Han plantado los jardineros en cada flor la voz de la Naturaleza y bajo la verde sombra de los naranjos han bajado estrellas desde la bóveda del cielo. Se adornan las Doblas de bellos colores para recibir al rocío al ritmo del vaivén de motores.

La plaza es bondadosa y amable, avergonzada de su ínfima gloria, hecha de blandos murmullos que rompen ronquidos de motocicletas. La fuente se calla ante nuestros silencios temiendo a las sombras de los recién aclarados naranjales.

Su belleza viene del amor de los jardineros y de los rayos del alba que la iluminan desde los Faroles del Cristo y lágrimas de los Dolores. Jardín, eternamente en flor, como si una bandada de ángeles jardineros allí posaran sus manos en vuelo. Las Doblas son necesidad para los vecinos y éxtasis para los viajeros.

Columnas romanas, recién trasplantadas, que fueron pórtico del Templo de Claudio Marcelo, repiten a dúo sueños imperiales invitando a una especie de rezo de madrigales. Los naranjos propagan, bajo ramas recién podadas, silencios y rehúyen los gritos de quienes no son de la Naturaleza conversos.

Siéntate en las Doblas. Tu mente quedará colmada y tu corazón vacío. Oirás una canción sin palabras muy dentro, muy dentro. Si es anochecido rechazarás el vacuo griterío porque son las Doblas el último obsequio a los que estamos vivos de los que ya están muertos.

De toda esta belleza somos deudores de los jardineros del Ayuntamiento.

José Javier Rodríguez Alcaide

Córdoba