Hacen bien las administraciones públicas en distinguir a quienes representan un ejemplo a seguir para la comunidad por su compromiso social, la aportación de su pensamiento, su notable creatividad o su relevancia profesional en cualquier ámbito al que se dediquen. Todos recordamos los premios del Día de Andalucía o los recientes de la Princesa de Asturias, a los que ahora se suman los más cercanos del Consistorio local entregados con motivo del Custodio: medallas de honor, de oro y de plata, y distinciones de hijos adoptivos y predilectos. Aunque a veces la unanimidad del reconocimiento político venga de la mano de la incredulidad ciudadana en algunos casos, pues en otros son más que relevantes los méritos contraídos. Y en esto, como en todo, el decoro y la virtud se encuentra en que dichas distinciones ya vengan preseñaladas con el aval de los ciudadanos desde sensibilidades muy distintas.

En el mismo día de la entrega de las distinciones locales, a sensu contrario, conocemos que el Ayuntamiento de Girona ha declarado persona non grata al Rey Felipe VI. Unos ponen y otros quitan. Estamos en la era de la posverdad, donde se reescribe la historia a gusto de los vencedores unas veces, y desde el revanchismo otras. Por mucha mayoría o unanimidad que se exhiba, no resultaría gratificante ni conveniente reconocer como empresario del año a quien defraudase al fisco y se jugara en timbas lo que hurtase a sus vecinos; ni nombrar califa taurino a quien mandara afeitar las reses y no asumiera ni su propia descendencia; ni nombrar político ejemplar a quien tras perder las elecciones se aventurase a asegurar que los electores se equivocaban mientras escondía las corruptelas urbanísticas más graves del municipio; o conceder el premio de consolación a quien hubiese sido ya laureado al más alto nivel, o distinguir como predilecto a quien poco hubiese hecho por sus paisanos salvo cumplir con su trabajo como tantos otros, o distinguir a los proclives ideológicos dentro del cupo negociado de cada partido en un intercambio de designados, como si en lugar de patrimonio común de todos se tratase de premiar a los afines.

Siempre está bien reconocer los méritos ajenos, sobre todo si estos sobresalen por encima de décadas e ideologías, para el común de la ciudadanía, aunque normalmente todo es más de lo que se ve, y a veces nada es lo que parece. Mucho y bueno entre nosotros como el doctor Suárez de Lezo, la catedrática Carmen Galán, la bailaora Blanca del Rey o la activista Magdalena Díaz. Pero con el permiso de ellos, y entre los distinguidos como hijos adoptivos, quisiera destacar la figura enorme del dominico Carlos Romero, con 64 años de vida sacerdotal dedicada a la dignidad de los trabajadores y a la promoción de la familia, desde esa concepción de Fray Albino, con quien colaboró estrechamente, de integración social, laboral y cultural en una Córdoba postrada en tiempos difíciles, desde un compromiso inquebrantable y unas convicciones profundas y diáfanas que hizo de las Hermandades del Trabajo la casa común de miles de cordobeses durante muchas generaciones. Enhorabuena a todos ellos.

* Abogado