No es, por supuesto, de obligado asentimiento. Pero uno de los programas televisivos más gratos e instructivos para el anciano cronista (siempre a la husma del mundo rural como reminiscencia del ambiente agrario en que se conformó gran parte de su personalidad infantil y adolescente) es Aquí la Tierra. Su capaz conductor --un simpático polaco hispanizado como el más linajudo descendiente de Tubal-- termina indeficientemente su emisión con la frase que encabeza el presente artículo.

Hay que convenir, no obstante, que, como lema desiderativo de no pocas de las generaciones que conforman hodierno nuestra sociedad --también en buena parte de las del resto de Occidente--, resultaría difícil, muy difícil encontrar uno mejor y más exacto. Todas las grandes distancias salvadas, se asemeja, según se recordará, al enrichessez-vous del gran historiador y algo peor primer ministro que fuera A. Thiers en los días del reinado de Luis Felipe de Orleans (1830-48). El mismo sentido orienta a una y otra consigna, de antañonas raíces a poco que se recuerde el carpe diem de los romanos.

Y, bien mirado, no hay otra que la supere en orden a expandir el estado de felicidad en toda suerte de gentes, sin distinciones de clase o edad. La industria del ocio, hoy tan poderosa e influyente en las naciones en vanguardia del mundo desarrollado, encuentra en la referida frase el mejor estímulo para su crecimiento, con cuantiosas inversiones en gran parte del planeta que aspira a conquistar el nivel de aquellas. Los negocios se activan, la producción aumenta y, como modalidad novedosa de esta, el descanso y disfrute de los viajeros y turistas redundan finalmente, a la vuelta de sus excusiones e incursiones por las delicias geográficas, gastronómicas y de toda índole, en un acrecentamiento del PIB de un extenso número de las sociedades de Occidente.

Ante ello, habría, obviamente, muy poco o nada que objetar a la interiorización del mencionado lema del lado de las hornadas juveniles de nuestro país. Sino que, por desdicha, llueve sobre mojado. Esto es, que unas generaciones bombardeadas incesablemente por manifiestos y proclamas defensoras a ultranza de una pedagogía light en la enseñanza, la empresa y el trabajo en general, y al propio tiempo animadas de un hipercriticismo cara al esfuerzo y al sacrificio en el estudio y el cumplimiento de deberes y horarios, reciben con la mencionada consigna televisiva un aliento más para implementar a la perfección el enfoque hedonístico que preside en la actualidad la cosmovisión de extensos sectores de las comunidades del primer mundo, en franca e irremontable deriva decadente de permanecer fijos en tal ruta.

A manera más de esperanza que de cauterio, al escribir estas líneas una cifra elevada de los periódicos más prestigiosos del Viejo Continente dan, a toda plana, la noticia de que en el Reino Unido, y acaso, para compensar los descalabros del Brexit, su primera ministra, Therese May, es una decidida partidaria de restablecer --en todo su rigor-- el sistema educativo de los castigos corporales y el esfuerzo personal sin tasa...

* Catedrático