Hace poco, Susana Díaz me acusaba de que la había tratado sin consideración ni respeto. Para nada. En mi caso solo reconocimiento y confrontación con una adversaria de cuidado, que nunca enemiga. La secretaria general de PSOE andaluz ha demostrado que conoce bien qué es Podemos y hasta qué punto Unidos Podemos viene a cuestionar su hegemonía en Andalucía. Ella lo vio rápidamente, echó a IU del gobierno y adelantó las elecciones andaluzas para impedir que la marea del partido de Pablo Iglesias se consolidara en Andalucía y con ello intentar frenar su desarrollo en toda España. Desde la plataforma andaluza, Susana Díaz se ha convertido en un polo alternativo y de límite insuperable a su secretario general, Pedro Sánchez, imponiendo un discurso y alineándose con los poderes fácticos dominantes en nuestro país. Por lo tanto, de desprecio nada sino más bien al contrario.

El discurso de Susana Díaz ha significado un salto cualitativo del que tradicionalmente había realizado el Partido Socialista en Andalucía. Ella ha desarrollado lo que podríamos llamar un regionalismo de oposición que se ha ido convirtiendo en el reverso del practicado por los nacionalismos vasco y, sobre todo, catalán. Ha construido un «ellos» -los catalanes, los vascos- y un «nosotros» -los andaluces- en base a combatir la búsqueda de privilegios de aquellos, existentes o por conquistar. «Andalucía es lo primero» frente los nacionalistas catalanes y vascos y frente a un Madrid del PP, hasta el punto que su regionalismo funciona discursivamente como un nacionalismo -nunca reconocido- andaluz. La estrategia es siempre de oposición y defensiva: Andalucía (la suya, la del PSOE) ha conseguido determinados derechos que son permanentemente puestos es cuestión por «los otros», catalanes y vascos, y por la derecha de Madrid, el PP.

El giro se ha ido profundizando y radicalizando. Los «derechos de Andalucía» rápidamente se convirtieron en la defensa a ultranza del título VIII de la Constitución del 78 y de ésta en su conjunto. Más claramente, defender los derechos de Andalucía es defender la Constitución del 78 y con ello, la sagrada unidad de España. La paradoja, que en el fondo no es tal, es que así se consigue aislar al PP andaluz y, sin embargo, fortalecer a las diversas derechas que se oponen con fiereza a la democratización del Estado en un sentido federal. El discurso de Susana Díaz, repleto de «interpelaciones» populistas, se va convirtiendo cada vez más en un elemento central de la recomposición conservadora que está en proceso. En este sentido, PP, Ciudadanos y el PSOE juegan en el mismo bando.

Este «regionalismo de oposición», fuertemente populista, aparece magistralmente cuando la secretaria del PSOE andaluz se refiere a Unidos Podemos, sobre todo, en los llamados problemas territoriales. Cuando ésta se refiere a Ada Colau, alcaldesa de la izquierda catalana y, desde hace unos días, apoyada por el Partido Socialista, asocia su persona a la idea de «privilegio» catalán. El no explicar las cosas se puede decir que es parte del asunto. Lo importante es asociar izquierda catalana con privilegios y, por lo tanto, opuestos a los derechos de Andalucía, para ella unidos a la defensa irrestricta de esta Constitución.

La ruptura con la Andalucía del 28 de febrero se ha producido progresivamente y se ha acelerado mucho con Susana Díaz. La Andalucía que lucha y consigue la autonomía plena lo hizo en positivo y con la convicción de que su victoria sería un elemento decisivo para una lectura federal del Estado en el marco de una democratización sustancial de la economía y de la sociedad en el conjunto del país. Andalucía reclamaba derechos y poderes, autogobierno para cambiar las condiciones de vida y de trabajo de sus gentes y romper con los mecanismos que la arrastraban a la dependencia y al subdesarrollo, producto, es bueno subrayarlo, de un determinado patrón de acumulación y de crecimiento. Democratización política, defensa de los derechos sociales y económicos y reforma federal del Estado fueron los elementos de una plataforma, de un discurso público que ganó en Andalucía y, en muchos sentidos, cambió al Estado.

Como se puede entender fácilmente, todo esto queda lejos del discurso de la dirigente socialista. El alineamiento con las posiciones más conservadoras del Estado va unido a una oposición creciente a cualquier medida política que, desde Cataluña o el País Vasco, signifique una democratización del poder político, reformas constitucionales que lleven hacia un Estado federal que garantice los derechos sociales y defienda la soberanía popular. El «regionalismo de oposición», poco a poco, se va convirtiendo en una interpelación populista contra los derechos de otras nacionalidades desde una interpretación conservadora de la vigente Constitución española. En este caso sí que cabría decir que el momento populista de Susana Díaz tiene un carácter regresivo o de derechas.