Hay personas relacionadas con el mundo del conocimiento que deben pasar a la memoria colectiva, es decir, casi a la inmortalidad (digo casi porque es muy distinto que te recuerden siempre a que nunca mueras).

El avance de la humanidad ha sido gracias a ellos. Otro tipo de seres del ámbito de la canción y la política los elevamos a la altura de los dioses y comenzamos a creer en ellos como entes con poderes metafísicos.

Entre estos y la divinidad hay una eternidad. No pretendo restar méritos a sus triunfos y cualidades pero todos los políticos y cantantes que llegaron a ser venerados y adorados por las masas, en la intimidad podrían ganar un certamen a la bajeza moral (siempre guardando distancias cualitativas y cuantitativas entre ellos). Adolf Hitler, guía sobrenatural de los destinos de Alemania, que se ponía de gatas y con la lengua fuera ante las bellas piernas de su amante Eva Braum, condujo a su país a la ruina moral y económica. El rey del pop, Michael Jackson, camuflado de Peter Pan, resultó ser un corruptor de menores al que el dinero ha librado de la vía penal. Mario Conde, ejemplo de superación del sueño del capitalismo, terminó su carrera gloriosa como político en una celda de escasos metros. Julio Iglesias presumió ante las cámaras de haber podido pagar una carísima operación de reducción de papada mientras millones de niños mueren de sed. Mi admirado Camarón de La Isla significó un peligroso ejemplo de autodestrucción por su adicción a las drogas. Sadam Hussein y Fidel Castro han preferido ver desnutridos a una inmensa mayoría de dueños del reino de los cielos antes que, precisamente por amor a su pueblo, renunciar al poder; acción que hubiera traído como primera consecuencia el final del embargo económico. (Aunque esta obligada renuncia fuese injusta).

Son dioses raros porque el poder no lo utilizan en pro del progreso de sus creyentes sino para hundirlos o ignorarlos.