La sabiduría popular ha formulado un refrán que tiene visos de absurdo, pero que sin embargo está lleno de un profundo significado. Me refiero a aquel en el que se dice que "Dios escribe derecho con renglones torcidos". Todo lo absurdo que se quiera, pero la verdad es que Dios desde un punto de vista resulta ser razonable, y desde otro punto de vista resulta ser incomprensible. Por ello el renglón resulta torcido, si ponemos el papel vertical; pero si inclinamos un poco el papel, lo torcido es el papel, el renglón está derecho.

El dilema que está en la base de todo este tema es si el Dios en el cual creemos, es el Dios de los filósofos o el Dios de los profetas. Desde que los teólogos medievales admitieron el contenido racionalista de los escritos de Aristóteles, se ha hecho un esfuerzo intelectual increíble por racionalizar a Dios. Lo que la Biblia nos transmite de él, no se podía aceptar que estuviera en contradicción con los principios de la lógica.

Todo ello está bien, con tal que no lleguemos a la conclusión de que aquellos aspectos o conclusiones que no sean razonables, son, por definición, impropios de Dios. Porque en ese caso, a lo mejor hay que retornar a la sabiduría popular del refrán: lo que está torcido no es el renglón, sino el papel.

El hecho es que en cantidad de ocasiones, cuando Jesús habla de su Padre, de los comportamientos de su Padre, propone formas de actuar un tanto desconcertantes. Resulta desconcertante, por ejemplo, aquel propietario de tierras y ganado que al regreso de su hijo aventurero y perdido, no tiene la menor palabra de reproche, sino que al contrario lo premia con los mejores obsequios que tiene a su alcance (Lc 15 22-24); resulta desconcertante aquel pastor que, sin ningún sentido de la rentabilidad, es capaz de abandonar 99 ovejas en el desierto para recuperar una sola (Lc 15 4).

Da la impresión de que Jesús no se cansa de repetir una y otra vez que la forma de actuar de su Padre no es precisamente la que a nosotros nos pudiera parecer la más razonable. En cierta ocasión Jesús fue en sus comparaciones mucho más radical. Se le ocurrió poner un símil difícil de comprender: otro empresario agrícola había contratado a lo largo del día diversos obreros eventuales. Por la mañana temprano, acordó un salario con los primeros que contrató. Pero luego, a lo largo del día fue contratando más personal, de forma que los últimos en llegar a la besana no debieron de trabajar mucho más de una hora.

A la hora de pagar a todos les paga lo mismo. Evidentemente se producía un agravio comparativo. Se producía un trato de favoritismo. La respuesta del patrón, según cuenta el relato imaginado, fue tajante: con los que habían trabajado todo el día había cumplido lo pactado. Si a los otros les pagaba proporcionalmente más "¿no tenía él libertad para hacer lo que quisiera en sus asuntos?" (Lc 20 15). Yo no dudo que el empresario tuviera la libertad que reclamaba para sí mismo; pero pienso que si un empresario adopta esta forma de proceder va a tener fuertes conflictos con los sindicatos de trabajadores por agravio comparativo.

El fondo del problema es enormemente importante. A Dios no lo creamos nosotros con nuestra razón. No podemos aspirar a prever su pautas de comportamiento empleando la lógica. Esta afirmación será todo lo desconcertante que se quiera, pero es la conclusión de todas estas comparaciones que Jesús se inventa para explicarnos cómo es su Padre. Comprendo bien que preferiríamos que fuese de otra manera. Comprendo bien que nos formulemos un modelo de Dios que reproduzca el comportamiento de lo que solemos denominar un "hombre bueno"; y posiblemente este modelo es válido en muchos casos, pero no en todos. Y en esos casos en que el modelo no es válido, es justamente los casos en que Dios resulta desconcertante.

El tema es que la fe no consiste en pedirle cuentas a Dios, y una vez que ha pasado satisfactoriamete nuestro examen y lo hemos juzgado competente, entonces aceptarlo como señor. Este juicio a Dios es el que Jesús descalifica en sus repetidas explicaciones. Y propone como alternativa que la justicia no es algo que nos encontramos hecho, sino algo que tenemos que construir. La justicia no es un dato, es un objetivo. El reino de Dios no es de los que se encuentran la justicia y la aceptan; sino de los que luchan por ella.

* Profesor jesuita