Ni los padres, ni los vecinos, ni los amigos ni los educadores que habían tratado con ellos entienden lo que les ha pasado en los últimos meses a los autores de los atentados de Barcelona y de Cambrils. Todos apuntan a Abdelbaki Es Satty, hasta junio imán en Ripoll, como el desencadenante de su radicalización y el cerebro de la célula que tenía el cuartel general en Alcanar. A Bélgica huyó uno de los condenados por el 11-M, tras los atentados de Madrid, y de Bélgica salieron los autores de los de París. Es Satty, considerado ya por los investigadores como el cerebro de la célula yihadista que ha cometido los atentados de la Rambla de Barcelona y Cambrils, tenía relación con ese país. Estuvo tres meses viviendo en Vilvoorde, localidad considerada una de las mecas yihadistas de Bélgica porque en el 2014 de ella salieron una treintena de jóvenes para luchar en Siria.

Cualquier joven, como cualquier persona, es vulnerable de entrar en la espiral de la violencia, sea a través de cualquier veneno, ideológico, nacional o religioso. Los únicos culpables son los autores de los hechos delictivos probados ante la justicia. Y los que les hayan incitado a ello son tan culpables como ellos. Lo que la cultura democrática no puede permitir en ningún caso es que esa culpa se traslade a ningún colectivo, sea en base a su nacionalidad o a su confesión religiosa. Las comunidades musulmanas y las marroquís están dando suficientes muestras estos días de que entre ellos y los terroristas hay el mismo vínculo que entre los católicos y los alemanes con el nazismo. Ni más ni menos, les avergüenzan de la misma manera. El artículo que acompaña a este editorial es un ejemplo.

En este punto surge el eterno debate sobre la integración de los inmigrantes. Hay que decir que algunos de los terroristas ya no son ni inmigrantes sino nacidos aquí. Más bien, por tanto, deberíamos hablar de la integración de las diversas tradiciones culturales y religiosas que conviven en una misma comunidad política. Demasiadas veces se trata a todos los marroquís como musulmanes, atendiendo únicamente a su identidad religiosa y dejando de lado otras muchas dimensiones de su vida y otras muchas de sus necesidades y dificultades. La integración no es solo garantizar los derechos básicos de quienes pagan impuestos aquí habiendo nacido en otro lugar. Es también respetar hasta considerar tan propias como otras sus costumbres, sus expresiones culturales, sus lenguas...

Posiblemente estos jóvenes no se han hecho terroristas porque no estuvieran suficientemente integrados. Pero posiblemente también quienes les inculcan su odio lo tendrían más dificil si no habláramos de integrar a los individuos en el grupo sino de integrar sus formas de vida en las que consideramos «nuestras», siempre con el común denominador de los derechos humanos.