España está alcanzando la perfección metafórica. España, como Estado y como realidad, como Gobierno en funciones y como política disfuncional, nunca ha tocado antes esta pulcritud bordada sobre el símbolo, un período tan amplio de ejercicio poético. Porque esto es España, la posibilidad de unas disparatadas terceras elecciones, el peaje monumental -sobre todo moral, emocional y económico-- que se ha abonado ya por las segundas y la posibilidad, casi certeza, de unas terceras que dejarán el mismo paisaje desolado, ese panorama desde el puente que es una dramaturgia del absurdo. Pero mientras, sus señorías, aunque sean interinas, aunque estén en funciones, aunque no estén sirviendo para nada, no sólo siguen cobrando, sino que siguen gastando. Lo último que hemos sabido, por Europa Press, es que las Cortes, en conjunto, tanto los diputados como los senadores, han gastado estos meses más de 600.000 euros en 39 viajes internacionales. Así. 100 millones de pelas. No importa que la XI Legislatura terminara con la disolución de las Cámaras, al no consumarse ninguna investidura: allí estaban los señores y señoras diputados y senadores para recordarnos que España sigue siendo no sólo la patria de Caín, sino también la rancia podredumbre de Lazarillos más sofisticados, de Rinconetes y Cortadillos de la vida ataviados con trajes de 5.000 euros, porque en algo hay que gastar, y aquí somos gastosos incluso en la apariencia del delito.

Ya sabemos que viajar es caro, pero más allá de posibles -o deseables- controles internos, garantistas para los ciudadanos, hay una cuestión ética que parece no barajarse aquí. Si estamos como estamos, si echamos a la gente de sus casas por no pagar 2.000 euros a un banco rescatado con dinero público, se hace muy difícil comprender que, durante la legislatura más inútil de la historia, con ese patetismo en los semblantes de tortuosa impotencia, la actividad internacional del Congreso y de las delegaciones españolas en las diversas asambleas parlamentarias de las que formaron parte varios diputados y senadores haya costado nada menos 600.386,83 euros; y eso, solamente en seis meses de trabajo, o quizá de impostura. 104.999,33 euros del ala costó el viaje de la delegación española de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa a Estrasburgo, para participar en la segunda sesión de su plenario entre el 18 y el 22 de abril. La delegación, es cierto, era numerosa: cuatro senadores, ocho diputados y una letrada. Quince representantes en total. Contando el viaje como cuatro días -y descontando, por tanto, una jornada por la ida y la vuelta--, tenemos un total de 1.750 euros por persona. No está mal, como coste de dieta por un día de trabajo, más el sueldo, teniendo en cuenta que muchas familias viven tres meses con eso. Quizá el viaje era fundamental, importantísimo desplazar allí a quince personas para representarnos, pero mirando con cierta humanidad, una cierta compasión no sólo hacia los otros, sino también propia, sigue pareciendo demasiado dinero. Pero es que la participación de seis diputados, dos senadores y una letrada en la primera parte de esa misma reunión, entre el 25 y el 29 de enero, costó 95.925,99 euros. Después Lusaka, Nueva York, Tokio… Hasta 600.000 euros, mientras aquí nos tirábamos de los pelos en busca de un Gobierno.

Pero claro, no olvidemos que las segundas elecciones generales tuvieron un presupuesto de 130,6 millones de euros, como las anteriores, y los partidos ni siquiera fueron capaces de ponerse de acuerdo en el envío conjunto de la propaganda electoral, mientras algunos se ponen estupendos condenando los pactos de la Transición. Resultado: 46,4 millones en correos. Y recordemos que vamos rectos hacia las terceras.

Pero luego la España real sale de su metáfora, de ese simbolismo de imbecilidad y carteristas que vivimos día a día, para contarnos la historia de parejas como Ana y Roberto, en Móstoles, desahuciados por adeudar 2.000 euros de alquiler. Se demostró que quién no había pagado era el propietario, mientras ellos habían idoabonando sus mensualidades, y una primera sentencia resolvió que se debía respetar el contrato de arrendamiento. El propietario perdió la vivienda y ellos, durante el paréntesis, no sabían a quién pagar el alquiler. En el juzgado dijeron que esperaran. En Bankia dijeron que esperaran. Y eso hicieron. Pero tras un retraso en el pago de 2.000 euros, butrón policial en la cocina y a la calle. Y después el desgarro sin metáfora, porque esto es España.

* Escritor