Me gustan los diccionarios. Primero me sirvieron para aprender el significado de las palabras, luego me di cuenta de que gracias a ellos los andaluces teníamos más fácil el esfuerzo de descubrir cómo se escribían ciertas palabras después de haberlas escuchado desde pequeños y haberlas aprendido solo por su fonética, que no tenía nada que ver con la realidad, hace unos días comentaba una de esas palabras cuando escuché en una conversación la palabra "sajones", que no son sino los "zahones", hoy día usados sobre todo por los caballistas. En tercer lugar, los diccionarios me sirvieron para aprender palabras nuevas, porque cada vez que buscaba una de ellas resultaba inevitable leer las que estaban a su lado y eso me llevaba a su vez a otras búsquedas, lo cual se convertía en un verdadero juego, al que probablemente no se acceda cuando hacemos una consulta mediante las nuevas tecnologías.

Por supuesto un buen diccionario es irreemplazable cada vez que necesitamos traducir de otra lengua, pero sobre todo me interesan los de carácter temático, aquellos que se centran en una determinada materia, sea la historia, la religión, los símbolos, el cine o la economía, incluso existe alguno tan original como el dedicado a las onomatopeyas en el cómic. En el mundo anglosajón, a la par que han interesado siempre las biografías, también existe tradición de diccionarios biográficos (el padre de Virginia Woolf, Leslie Stephen, dedicó parte de su vida a la redacción y edición del Dictionary of National Biography ). En España poco a poco se van rellenando lagunas como por ejemplo el diccionario dedicado a los parlamentarios españoles, un proyecto iniciado hace unos años y que ahora se encuentra parado (los daños colaterales de la crisis), de modo que solo se ha llegado hasta el final del reinado de Isabel II (1868). En Andalucía contamos con los dos volúmenes que, bajo la dirección de Diego Caro Cancela, publicó el Centro de Estudios Andaluces sobre los parlamentarios andaluces entre 1810 y 1868. Ese mismo organismo también publicó el dedicado a los diputados por Andalucía en la II República, tres volúmenes cuyo autor es Leandro Alvarez Rey.

Este mismo historiador y Fernando Martínez López han coordinado los dos tomos que, publicados por la Universidad de Sevilla, llevan por título Los masones andaluces de la República, la guerra y el exilio . Me detengo en este porque es el último de los publicados (2014) y porque está dedicado a un tema como el de la masonería envuelto en misterios y leyendas, cuando en realidad las logias masónicas, antes de 1936, como dicen los coordinadores, fueron "verdaderas escuelas de formación de ciudadanos, espacios de libertad donde fue desarrollándose y germinando una peculiar forma de sociabilidad y fraternidad, basada en la defensa del librepensamiento, el laicismo y la difusión de los valores progresistas, modernizadores y democráticos". En consecuencia no resulta extraño que los masones fuesen objeto de persecución y víctimas de la represión tanto desde los inicios del golpe de estado como tras el final de la guerra, sometidos a depuración de acuerdo con leyes represivas como la de Responsabilidades Políticas y la de Represión de la Masonería y el Comunismo. La base documental utilizada, amén de la bibliografía, es la existente en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. Además de las correspondientes biografías, la obra se completa con unos anexos dedicados a los organismos masónicos constituidos en Andalucía entre 1898 y 1936 y un Léxico y terminología masónicos, muy útiles para comprender el mundo de las logias. Disponemos, pues, de un nuevo instrumento para perdernos en la búsqueda de personajes que nos acercan a nuestro pasado, en este caso, a aquel que algunos quisieron silenciar.

* Historiador