Se acerca la Navidad, si es que llegó a irse -cada año la anticipan más en las tiendas y los anuncios--, y con ella la época de consumismo más feroz. Es verdad que las ansias de comprar se aplacaron un poco en los años más crueles de la crisis, cuando la cuesta de enero se extendía a todos los meses y había que echar las cuentas del Gran Capitán para que las carteras no llegaran vacías al día de cobro de la nómina. Pero pasó el susto gordo, y como no es cuestión de vivir con el corazón en un puño, los ánimos se han venido arriba, y pocas cosas reconfortan más que ir de compras con cierto control pero sin angustias monetarias.

Sin embargo, no puede decirse que la situación haya mejorado mucho, no al menos para las economías domésticas, que al fin y al cabo son las que mueven los grandes números. La prueba está en los datos extraídos de la Encuesta de Población Activa (EPA), referidos al 2016, que ha dado a conocer recientemente el Instituto Nacional de Estadística. Con ellos se apunta la paradoja de que mientras avanza en España el crecimiento económico tras los tiempos del duro ajuste, los salarios van en franco retroceso. Por vez primera en diez años el sueldo medio ha bajado tanto en el sector público -a pesar de que paga mejor-- como en el privado, concretamente un 0,8%. Se queda en 1.878 euros brutos mensuales, una cifra que de todas formas ya quisieran para sí los mileuristas.

Pero al mismo tiempo que menguan los salarios crece -vaya usted a saber por qué resortes psicológicos- la percepción de que España va bien, o al menos mucho menos mal que antes, en lo que a asuntos de dinero respecta. Oficialmente se sustenta en apuntes como que el Producto Interior Bruto (PIB) registró un incremento del 3,2% en el año analizado. Estas estadísticas que casi nadie entiende, pero que te calan a base de oírlas en el telediario, siembran de optimismo nuestras casas. Y allá que acudimos a los grandes, medianos y pequeños almacenes para llenarlas de productos. Algo que si en época de bonanzas pasadas podría haberse visto como una frivolidad, ahora resulta ser una herramienta imprescindible para mover el motor económico del país.

Pero el consumidor ya no va a tontas y a locas, se piensa más lo que compra y cuándo lo compra, que suele ser en epoca de rebajas, o sea, casi siempre. Porque, liberalizados los periodos de descuentos, en cualquier momento pueden encontrarse ya chollos en los escaparates reales o virtuales. Esto que es una ventaja para el consumidor ha dañado al comercio, esta temporada especialmente castigado por la tardía llegada del frío y, en el caso de Córdoba, por su vergonzante nivel de paro, que no anima precisamente a rascarse el bolsillo. De ahí que el sector tenga puestas todas sus esperanzas en el ‘Black Friday’ de mañana, que algunas tiendas han anticipado unos días. Un ‘viernes negro’ de importación americana, como tantas otras cosas, que aquí ya podría haberse traducido por otro color más alegre, porque se trata de incentivar las compras con actividades más o menos divertidas -aunque la principal diversión es que te salga más barato lo que buscas--, descargar las estanterías y tomarle el pulso a la inminente campaña navideña. El comercio se acelera, y el consumidor disfruta en estas rebajas de las rebajas. Todos salen ganando si unos y otros actúan con moderación.